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Luego de 26 años de actividad deportiva han conseguido tantas medallas y trofeos que podrían tener un museo. En su casa, en un apacible sector residencial del municipio de El Retiro, conservan los testimonios de sus hazañas en triatlones de tipo olímpico e ironmans de diferentes países.
Los trofeos que logran ahora en atletismo y que también tienen gran valor sentimental para ellos, los donan a entidades barriales, competidores o a cualquier niño que los aborda para tomarse una foto con ellos y a reconocerles su calidad.
“Cuando competíamos al más alto nivel no lo hacíamos por dinero, sino por pasión, por las medallas y por representar al país; no en vano nos hicimos famosos en el mundo por entrar a la meta con la bandera de Colombia marcada, para que no nos confundieran. Ahora, más que eso, es por satisfacción personal”, relatan Carmenza Morales y Ricardo Cardeño, dos campeones que el deporte juntó hace ya más de dos décadas y que a pesar de tener 47 y 44 años de edad, respectivamente, siguen dando ejemplo de constancia y pundonor, además de amor, convivencia y confianza.
Refugio en el Oriente
Al llegar frente a su residencia que tiene un jardín colorido y al que se le nota la mano de Ricardo que lo cuida como un tesoro desde que lo sembró, hace cuatro años, el visitante se da cuenta de que allí habitan deportistas. En el parqueadero hay un carro acondicionado para transportar bicicletas y, al lado, como si estuviera esperando a su dueño para el entrenamiento matinal, una cicla de carreras completa la fachada.
A la entrada de la casa, colgando de un perchero instalado en la pared, están las preciadas medallas. En otros espacios de la sala hay uno que otro trofeo, mientras que en el patio, cuidadosamente distribuidos y lavados, reposan sobre un tendedero los uniformes, pues no hay día en que dejen de montar en bicicleta o salir a trotar, desde las 6:00 de la mañana.
En el centro del patio pusieron un pequeño santuario con una imagen de la Virgen de Guadalupe que Carmenza se ganó en una rifa, y que construyó con la ayuda y el ingenio de su esposo.
A la sala ordenada, que tiene chimenea y una decoración de madera, le sigue el comedor donde están sus portátiles en los que elaboran los planes de entrenamiento para muchos atletas recreativos que buscan su asesoría. “Lo que antes eran favores se volvió negocio”. Y los celulares para mantener comunicación con los familiares y amigos del exterior, que son muchos, gracias a su condición de trotamundos.
Un portarretrato con la foto de Oliva Rendón, la mamá de Carmenza, parece su ángel guardián. “Cuando murió, hace dos años, me arrancaron un pedazo del alma, yo era muy apegada a ella, y seguí su legado de mantener unida la familia”, cuenta Olivita, como la llaman con cariño los hermanos y sobrinos. Es de las menores de un hogar de 11 hermanos y cuyo padre, Efrén Morales, también falleció.
Todos los viernes se reúnen a compartir en la casa de Belén Alameda, donde crecieron.
En el segundo piso, en un cuarto especial, instalaron dos bicicletas estáticas conectadas a un computador que les permite programar recorridos y entrenar cuando hay demasiada lluvia. “Esta casa es lo mejor que Dios nos ha podido dar”, dice emocionada.
Cuando nace el amor
Carmenza y Ricardo se toparon en una carrera en La Guajira. Él, que apenas comenzaba en el alto rendimiento, tenía referencias de ella por su calidad como deportista, pero no la conocía personalmente.
Después de la competencia se organizó un paseo al Cabo de la Vela, al que asistieron cerca de 20 triatletas. En principio, ella, estudiante de Educación Física del Politécnico Jaime Isaza Cadavid, le prometió que le ayudaría un plan de entrenamiento, porque le veía muchas condiciones. Así nació esta pareja que aún mantiene vigentes marcas en el país y que siempre tuvo claro que no tendría hijos.
Durante 13 años entre viajes y competencias fueron novios. Cada uno vivía en la casa de los padres, y el 10 de junio de 2007, en la parroquia San Anselmo, de San Diego, sellaron su amor, fieles a sus principios religiosos.
Carmenza es una cajita de música. Habla con soltura y convicción, como cuando enfrenta grandes recorridos y rivales. Esa fuerza le permitió asistir a los Juegos Olímpicos de Sydney-2000, al Mundial de Maratones en Japón-2001 y representar a Colombia en el Mundial de ciclismo (ruta) en Boyacá-95. Además, hizo parte del selecto grupo de atletas patrocinados por Pony Malta-Avianca (Futuros Campeones).
Ricardo, menos expresivo, pero agradable, cortés y buen anfitrión, es contundente y claro cuando interviene. Su meta olímpica, que no era obsesión, se frustró más por desorden de los dirigentes de la época que por condiciones técnicas.
Hechos para triunfar
La afición de esta paisita por el triatlón surgió después de seguir por televisión un ironman. “Se me encharcaron los ojos al ver personas de 70 y 80 años con una alegría inmensa al terminar las pruebas. Eso me encantó”, relata al hacer referencia a sus inicios, cuando tenía 21 años.
Buscó literatura y participó en las primeras pruebas. Una de ellas, la de Lago Ratón, cerca del aeropuerto José María Córdova. Recuerda que no sabía armar bien la bicicleta y un juez le ayudó.
Convencida de que “no había nacido para ser última” y con deseos de llegar lejos en su deporte, buscó asesoría de los mejores entrenadores de natación del momento (Raúl I. González) y atletismo (Libardo Hoyos) que la convirtieron en una campeona. Hasta alcanzó a ser novia de Jorge Wilson Londoño, quien fuera el mejor triatleta del país y ahora es el técnico de Mariana Pajón.
Con disciplina y dedicación alcanzó el alto nivel, y tuvo la fortuna de encontrarse con Ricardo, a quien considera el complemento ideal. “Somos dos personas obsesivas por el deporte, la llave perfecta, el uno motiva al otro”.
Atletas que aún escriben una historia de tesón y que viven de la actividad que les apasiona, un privilegio de pocos en Colombia.
“Lo mejor es que lo recuerden a uno por lo que es y no por lo que hizo. La gente nos quiere, valió la pena esforzarse. No somos famosos, más bien un poquito populares, y eso que en nuestro mejor momento no existían la redes sociales”, dice ella entre risas al señalar que no han pensado en retirarse, pues seguirán firmes en el deporte hasta que el cuerpo se los permita. “Solo cuando me muera, descanso”, sentencia.
Ricardo dejó la ingeniería por el deporte
Antes de ser triatleta, Ricardo Cardeño practicó tenis de campo. Empezó a los 8 años, fue campeón departamental de la categoría de los 14-16 años y representó a Antioquia en unos Juegos Nacionales en ese deporte. A los 18 años dejó las raquetas para irse a pagar el servicio militar en la Cuarta Brigada. Dice que si le tocara escoger un lugar para vivir diferente a El Retiro, elegiría San Francisco, California, E.U.
Es buen lector, analítico y poco romántico, aunque no le faltan los detalles con su esposa. Es el chef de la casa y su pareja se enorgullece cuando habla de los asados que prepara, acompañados de un buen vino.
Estudió siete semestres de Ingeniería de Minas en la Nacional y lo consideraban de los mejores de la clase. Una vez un compañero lo invitó a una triatlón en la que lo acompañó como utilero, pero desde ese día lo picó el bicho y, sin pensar en que sería el mejor, se encarretó hasta convertirse en múltiple campeón. “Los viajes han sido la mejor universidad para mí”, coincide con Carmenza.
Viven eternamente agradecidos con Safetti (ropa deportiva), su patrocinador por muchos años, con Disandina, y con Indeportes Antioquia que hasta el año pasado les tendió la mano.
Ricardo cuenta que también tienen una casa en Jardín, la que visitan ocasionalmente.
De los triunfos que más los ha llenado señalan el del Panamericano de Bogotá, en 2005, con una llegada espectacular en el Parque Simón Bolívar. Han sido los mejores colombianos en el famoso ironman de Hawai.
Su próximo reto será el maratón de Santiago de Chile, el 12 de abril venidero.