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Valientes de Urban Bike hicieron vibrar a Santo Domingo

  • La curva más exigente del recorrido fue la que más gente concentró alrededor del Urban Bike Medellín. FOTO donaldo zuluaga
    La curva más exigente del recorrido fue la que más gente concentró alrededor del Urban Bike Medellín. FOTO donaldo zuluaga
20 de noviembre de 2017
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El “oe, oe, oe” daba el primer aviso de que los competidores del Urban Bike Medellín comenzaban su descenso, desde la Plazoleta la Candelaria de Santo Domingo hasta la estación Popular del metrocable (un kilómetro).

Los golpes de un palo contra un rin de bicicleta y los pitos intensificaban el arribo de cada uno de los 92 arriesgados participantes, haciendo que la gente guardara silencio como si los ciclistas necesitarán toda la concentración para bajar por los angostos y mojados callejones de esos barrios.

Alrededor de la curva más exigente de todo el trayecto, a 200 metros de la partida, se agolpó la mayoría de público: terrazas, calles, ventanas y balcones estaban atestados de niños, jóvenes y adultos, que compartían desde una michelada –algunos para pasar el guayabo–, hasta empanadas y dulces, mientras pasaban los avezados competidores.

“Esto nunca se había visto por acá, es muy lindo ver cómo la gente del barrio se congrega alrededor de la bicicleta”, comenta Héctor Zea, quien lleva 25 años viviendo en Santo Domingo.

Las tablas de madera, que incidían en el giro de casi 90 grados, no eran garantía para muchos, que en vez de seguir con el salto a la rampa que los esperaba, preferían bajarse de sus bielas. El primero que voló, incluso, se fue contra los espectadores al no poder controlar bien la técnica.

No obstante, el primer osado que la completó y siguió colina abajo sin problemas fue Lorenzo Cadavid, un paisa de 19 años que lleva ocho de ellos dedicados al downhill. “Es que ese recorrido de hoy estaba muy profesional, demasiado complicado, en especial esa curva... con decirte que casi me caigo porque es muy duro tener control de la bici”.

Echando pa’ abajo

Después de ese primer obstáculo, en el que pocos pasaron sin caerse o dañar sus caballitos de acero, barrios como Granizal y Popular alistaron sus calles, entre anchas y angostas, para los osados.

Aunque con menor atención que en la curva inicial, los habitantes se ubicaron detrás de las cuerdas de seguridad para vitorear, asombrarse y hasta reírse con la gente que se cruzaba por la pista corriendo para no ser atropellados.

Camilo, de seis años, indicaba con el dedo cómo era el camino, mientras le decía a la mamá que, cuando fuera grande, iba a medírsele a este reto. “Ay, hijo, eso es peligroso”, atinó a decirle su madre.

Carmenza López, de 81 años, no le importó que el callejón por el que transita todos los domingos para ir a misa estuviera cerrado porque, para ella, es divertido ver a esos locos descender por su barrio.

En otra parte del recorrido, los feligreses de una iglesia pentecostal entonaban sus coros, pero desviaban la vista cuando los pitos avisaban de la llegada de los corredores.

Así, en sus distintas facetas dominicales, los habitantes de la zona nororiental de Medellín se dejaron seducir por el encanto de la adrenalina del Urban Bike.

Eso enorgullece a pilotos como Felipe Castañeda, quien coronó ese kilómetro empinado de escaleras mojadas, gente curiosa, mascotas cruzándose, rampas: “Es hermoso llegar a estos sitios que, de pronto, son olvidados por los eventos deportivos, y sentir el apoyo de la gente, que fue único... Además, sé que los niños viéndonos se van a animar al deporte y dejarán otras cosas malas de lado”.

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