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Al ver una carrera de Fórmula 1 o Moto GP y presenciar una aparatosa caída o un vibrante choque, pocos apagan el televisor. Es difícil resistirse al placer culposo de presenciar el desenlace. Tras el susto inicial hay, generalmente, la certeza de que el piloto saldrá bien librado del accidente, como si se tratase de un milagro.
Esto se debe, en parte, a una de la invenciones que revolucionó los deportes a motor: el hans, es decir, el soporte que llevan los pilotos para protegerse el cuello y los huesos cervicales y que fue diseñado en 1980 por el biomecánico estadounidense Robert Hubbard.
Este aparato está fabricado con fibra de carbono y pesa 500 gramos. Sirve para evitar las graves lesiones en cabeza, cuello y columna que sufren los corredores a causa de la desaceleración cuando ocurre un golpe que podría ocasionar la muerte o daños irreversibles como invalidez y secuelas neurológicos.
Desde 2003, año en que la Fia -Federación Internacional de Automovilismo- hizo obligatorio su uso, hasta la fecha, el Hans salvó la vida de 19 pilotos cuyos accidentes, según las investigaciones de rigor de la Fia, hubieran sido mortales de no haber mediado este dispositivo.
Así, pues, la tecnología ha mostrado su importancia en estos y otros casos que propenden por la seguridad del deportista y que, de estar ausente, seguro no se podrían concebir muchas disciplinas tal como son actualmente.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando los avances científicos influyen directamente en el resultado de una competencia? O, mejor dicho, ¿cuál es el límite de injerencia de la tecnología en el desarrollo competitivo?
Quizás el mejor ejemplo que ilustre esta disyuntiva sea el caso de los invencibles trajes de la marca Speedo, que hace una década causaron controversia hasta ser finalmente prohibidos.
El asunto fue así, según lo explica Juan Carlos Ángel, experto en mercadeo deportivo y diseño textil: en 2008, Speedo presentó el traje de baño LZR Racer, “el más rápido del mundo”. Este fue diseñado con apoyo de la Nasa, en cuyas instalaciones se probó el desempeño del traje en el túnel de viento. Estaba hecho de microfibras de nylon y sellado con ultrasonido para evitar la fricción, además “repelía” el agua gracias a su compuesto de poliuretano.
En la práctica, el traje apretaba el torso y comprimía la masa muscular de los nadadores a la vez que oxigenaba los músculos. El resultado: el 98% de las medallas que repartió natación en Juegos Olímpicos de Pekín-2008 quedaron en manos de quienes los usaron.
En el Mundial de Roma-2009 estos bañadores ayudaron a batir 43 récords mundiales. La Fina- Federación Internacional de Natación- se pronunció. Estaban, dijeron, ante un caso de dopaje tecnológico.
“Pienso que con ese antecedente se castigó a la innovación. Si nadie se atreve a innovar hoy todavía se usarían trajes lana como en los 80”, expresa Ángel, quien reconoce que el LZR sí propiciaba ventajas, pero “los récords fueron de los nadadores. Es que hablamos de Michael Phelps, Natalie Coughlin, Ryan Lochte, cuyos registros de por sí los hacían superiores”, estima.
Pero eso no es lo que piensa el nadador colombiano Ómar Pinzón, quien recuerda que en ese entonces la Fina supeditó el uso del LZR a que todos los participantes en una competencia pudieran usarlo.
“El traje costaba 500 dólares. No había forma en que nadadores de países como Colombia pudiéramos tenerlos”, recuerda el nadador bogotano.
Lo más grave, estima Pinzón, es que más allá de imponerse en los medalleros, la ventaja tecnológica de los países potencia impacta el trabajo a nivel federativo de una nación como Colombia.
“Ves que en las semifinales solo figuran nadadores de un puñado de países y no aparecen colombianos y la gente dice: y entonces ¿qué hacen, qué están trabajando? Y la realidad es que sí, que se mejora el entrenamiento, cualifica, se busca la forma de ir más seguido al exterior, pero, al final, ese trabajo queda opacado ante la solvencia de recursos de otros rivales”, apunta.
Luis Mario Mejía es un investigador que ha dictado cátedra en universidades como la de Buenos Aires y asesora entidades como el Sena sobre proyectos de emprendimiento, innovación tecnológica y diseño industrial.
En una de sus cátedras, Mejía insiste en la necesidad de arropar con un debate ético los proyectos de innovación en el deporte. Y cita un ejemplo: “el programa de ciclismo de pista británico gastó cerca de 5.000 dólares diarios para que sus principales cartas en pista perfeccionaran la técnica y se quedaran con los medalleros de los últimos dos Juegos Olímpicos”.
Para el catedrático, que las federaciones y los entes internacionales como el Comité Olímpico Internacional evadan la responsabilidad de poner reglas claras, topes de presupuesto y parámetros, tal como lo hizo, por ejemplo la Fina, que publicó en 2010 una lista de 202 trajes de baño permitidos, excluyendo los que ofrecían ventajas deportivas evidentes, lastima seriamente la esencia del deporte y cree que el debate no ha sido suficiente al respecto. “No veo mucha disposición de los grandes entes para democratizar estos avances para que atletas de países emergentes accedan a ellos”, dice.
¿Vale lo mismo una medalla en ciclismo de pista de un colombiano con un entrenamiento, digamos convencional, y la de un pistero británico con un engranaje científico a su favor?”, cuestiona Luis Mario.
Finalmente, también hace un llamado a las marcas y proveedores de tecnología e indumentaria.
“En Jamaica, una de las marcas más prestigiosas tiene un extenso programa que provee de la indumentaria necesaria a los jóvenes atletas para facilitar su desarrollo deportivo. Cada año invierte decenas de millones de dólares. Claro, tiene retorno de inversión cuando surge una figura como Usain Bolt, Yohan Blake o Shelly Anne-Frazer. Pero también está la labor social que realizan”.
Julio Roberto Gómez, exgerente de Indeportes y uno de los dirigentes que más saben de la realidad del deporte colombiano, estima que un proyecto como el de Jamaica, que involucre monitoreo tecnológico, llevado al Urabá antioqueño podría costar 2.ooo millones anuales. Gómez cree que Ernesto Lucena, el director que designó el presidente Iván Duque para Coldeportes, podría inclinarse a esta clase de iniciativas “toda vez que se trata de la economía naranja que tanto promulga este gobierno”, resalta.
Luis Mario concluye que esos proyectos no llegan solos: hay que gestionarlos entre todos los sectores involucrados.
En Ruta N, por ejemplo cita, hay un emprendimiento para la elaboración de calzado deportivo de punta. Mejía sigue en su reflexión: “¿Cómo sería si ese emprendimiento encuentra apoyo en las instituciones y llega una marca fuerte a ayudarlos a producir? ¿Y si un proyecto así se lleva al Urabá, esa cantera genética de deportistas que tenemos en Colombia? No son utopías, solo iniciativas que hay que plantear para no rezagarnos como país ante naciones que están llevando el deporte a otro nivel.”
Una prueba no tan afortunada
En el pasado US Open, el tenista Rafael Nadal usó un chaleco de hielo para sobrellevar temperaturas de hasta 40 grados. Su desempeño con él puesto no fue el mejor.
¿De desventaja a ventaja?
Con su innovadora prótesis de fibra de carbono, Óscar Pistorius levantó polémica hace 10 años por su marcada superioridad sobre atletas dispacacitados. Incluso corrió ante otros convencionales.
Zapatillas mágicas para “volar”
El atleta más rápido del planeta contó con la ayuda de unos tenis de 149 gramos, hechos con fibras de carbono, únicos en el mundo y que le permitían mayor impulso y tracción.
Indumentaria “de otro planeta”
Entre 2008 y 2009 los trajes de la marca Speedo, elaborados por la Nasa, ayudaron a batir más de 130 marcas en competencias de natación a Estados Unidos. Finalmente fueron prohibidos.
Un invento que salva vidas
El hans es un soporte que usan los corredores de Fórmula-1 para impedir daños cervicales o en la cabeza, en colisiones. Al primero que le salvó la vida fue a Fernando Alonso en 2003.