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Manuela es la más “frágil” de las reinas de hierro

La pesista colombiana compite en la más baja de las divisiones. Desde niña vivió y sintió este deporte.

  • Manuela Berrío Zuluaga, consagrada campeona mundial en Malasia. Arriba, de niña y cuando empezó en pesas. FOTOs Cortesía IWF
    Manuela Berrío Zuluaga, consagrada campeona mundial en Malasia. Arriba, de niña y cuando empezó en pesas. FOTOs Cortesía IWF
23 de octubre de 2016
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La última vez que Manuela Berrío se subió a una báscula marcó 43 kilos y 32 gramos. Lo hizo el miércoles pasado en Penang, Malasia. Es la pesista campeona mundial que menos pesa. E igualmente, una de las más pequeñas, 1.50 metros de estatura.

Justamente en ese país asiático, la levantadora se consagró con tres preseas de oro en la división más bajita de la halterofilia: los 44 kilogramos.

Es antioqueña, aunque casi todos sus 16 años los ha vivido en Palmira, Valle del Cauca.

Nació del romance que tuvieron Róger Manuel Berrío y Leydi Andrea Zuluaga, quienes también fueron halteros, varias veces seleccionados colombianos a torneos internacionales y olímpicos.

Róger, hoy intendente de Policía en Cartagena, vinculado al área investigativa de Delitos contra la Vida de la Dirección de Investigacion Criminal e Interpol, dice, entre risas, que en Winnipeg, Canadá, durante los Juegos Panamericanos de 1999, “comenzamos a fabricar a Manuela”.

Justo ese año Leydi Andrea, hoy entrenadora de jóvenes talentos en Palmira, entre ellos su hija, salió reportada positivo durante un previo al clasificatorio a Juegos Olímpicos de Sídney, pero tuvo su justificación. “El reporte hablaba de gonadotropina coriónica que es, nada menos, que la hormona de la placenta. Me fui de espaldas, porque no sabía que tenía un embarazo de tres semanas”. Fue Manuela, cuenta, como anécdota, “la responsable de que yo no pudiera ir a unos Olímpicos”.

Finalmente, en el 2000 ella nació en Itagüí, a donde Leydi había regresado, pues ya estaba instalada en Palmira, donde Róger cumplía con sus labores militares en el batallón de ingenieros Agustín Codazzi, y estar más tranquila al lado de su abuela durante los primeros meses de la pequeña.

A los tres meses de edad, Manuela y su madre retornaron al Valle. Y desde muy chica conoció de los gimnasios, a tal punto que hoy asegura que “nació” en uno de ellos.

“Desde los cinco o seis años comenzó a conocer el gesto técnico de las pesas, pues la teníamos que llevar cuando entrenábamos”, recuerda Róger. Dejó temprano la natación y la gimnasia, alentada quizás por la labor de sus padres.

“Yo jugaba con los discos del gimnasio y me encariñé hasta cuando mi mamá me enseñó la técnica. Tenía ocho años, lo recuerdo bien, porque tenía una técnica horrible que, con el tiempo fui mejorando”, explica la hoy campeona mundial sub-17.

Sus padres siempre fueron su referente. Los admira, así ya haya empezado a superar lo que ellos hicieron cuando competían. Nunca subieron, como ella, a un podio mundial. Falta ir a unos Olímpicos, de los que su padre ya tiene historia pues estuvo en Barcelona-92 y Atlanta-96.

Bailarina -amante del hip hip y el dance-, buena estudiante -cursa grado 11 en el Colegio Comercial Mixto Incanof-, chillona -en especial cuando no puede realizar lo que se propone-, analítica, malgeniada -a ratos-, algo contemplada -quizás por aquello de ser hija única-, competitiva.

Así es la hoy campeona mundial más liviana de la halterofilia, quien insiste en que debe mejorar mucho, especialmente ese duelo interno que a veces no la deja tener vida. “Entre lo que estoy sintiendo en un momento determinado y lo que en realidad tengo que hacer y que muchas veces me frustra”. Es algo que debe mejorar, agrega. Y seguro que con el paso de los años y más experiencia lo logrará tal como su capacidad para levantar el doble de su peso corporal.

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