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Cuando Donald Trump, el hoy presidente electo de Estados Unidos, le respondió que jamás se había tirado a su esposa -Robin Givens-, Mike Tyson, visiblemente airado segundos antes, se recostó sobre el mullido sofá color café que el joven magnate de la época -años noventa-, tenía en su oficina de Atlantic City, y se durmió como si fuera un inofensivo gatito. Un solo golpe suyo hubiera bastado para destrozarle la cara.
Givens estuvo casada con Tyson entre 1988 y 1990, antes de divorciarse. Fue una de las tres mujeres con las que vivió en unión oficial. Seis de siete hijos le sobreviven de relaciones con otras más, quienes, en su momento, protagonizaron romances con el hombre que, además de una vida desordenada y bulliciosa, amasó una fortuna estimada en más de 300 millones de dólares. Exodus, hija con Lakiha Spicer, murió tras asfixiarse accidentalmente con un cable.
“Esos rumores me fastidian. Ella es tu mujer. Ella está contigo. Ella es leal. Te doy mi palabra”, fueron las palabras que, posteriormente, Mike confesó haber aceptado porque Trump era su amigo y que consignó en su autobiografía (Toda la verdad), un libro de 500 páginas.
Tyson se retiró de los tinglados el 11 de junio de 2005. Estaba en la bancarrota, reveló, días después, al admitir que los últimos combates que aceptó no ganó ni el diez por ciento de cuando protagonizaba sus vibrantes y polémicos duelos siendo la vedette del boxeo mundial, pero que lo hacía porque se le había acabado el dinero. Lo dilapidó que es otra cosa.
Envuelto en casos de violencia, familiares -golpizas a mujeres, especialmente- o callejeros -como aquella vez en que fue acusado de robar en un supermercado-, el Iron Tyson (hombre de hierro), fue catalogado por su primera esposa, Givens, como “una tortura, un infierno y lo peor que hubiera imaginado nunca”.
Abusado sexualmente por un hombre mayor cuando tenía siete años de edad encontró en la calle un remedio a sus descontroles. Era una fiera ambulante que destrozaba, sin importarle nada, a quien no le gustaba o con quien tuviera discusión, principalmente por consecución de drogas.
Cuando tenía 26 años y en la flor de su carrera, vivió el más sonado escándalo de su agitada y lujuriosa vida. Enloqueció de amor -contó alguna vez en un programa de televisión cuando ya estaba retirado y se ganaba algún dinero para pagar deudas del fisco-. Hizo todo lo que quiso por tener a esa mujer: Desiree Washington, una joven modelo candidata a Miss América negra, por quien perdería más que la cabeza. Fue la única mujer capaz de “noquear” a la imponente bestia de los cuadriláteros. En marzo de 1992 fue condenado a 10 años de prisión, aunque solo cumplió tres, pues salió en libertad.
Alegaciones de infidelidad y violencia, abuso sexual, daño en casa ajena e inestabilidad mental, fueron poco para la sórdida vida de Tyson, acusado, en múltiples ocasiones, de maníaco y catalogado como “un hombre depresivo, paranoico e inseguro” por un equipo de sicólogos, siquiatras y neurólogos del Hospital General de Massachusets.
Ese hombre, Michael Gerard Tyson, el “Kid Dynamite”, fue el boxeador que a los 20 años, 4 meses y 22 días se convirtió en el campeón mundial más joven de la historia, en la división reina: los pesados.
Ese 22 de noviembre de 1986, este hombre que derribaba rivales como si se tratara de moticas de algodón -44 de sus 58 adversarios perdieron antes del límite de las peleas- comenzó a fraguar una sensacional y taquillera historia, destrozando, con sus puños letales, a Trevor Berbick, a los 2.35 minutos del segundo round en el Hilton Hotel de Las Vegas. Un hito como la vida del propio Tyson.