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Desde 1999 no sentía el aroma cafetero de su país. El destino y su sangre la hicieron emigrar a Suiza, nación de la que es su padre, desde su natal Cali.
Nathalie Marchino creció alejada del chicharrón, el chorizo, la arepa, alimentos que hoy, a su vuelta a Colombia, le preocupan, no por el sabor, sino porque son tan “adictivos” que la hacen subir de peso, algo que no puede suceder con una persona que vive por el deporte.
Tras una breve estadía en el país helvético, se mudó a Washington, Estados Unidos, donde jugó baloncesto. “Me iba bien jugándolo y era mi pasión, pero una lesión en una rodilla me apartó”, cuenta.
Una mujer de 34 años que, durante su infancia pasó por tenis, tenis de mesa, fútbol, voleibol, karate y encontró su destino en algo que nunca creyó: el rugby. “Era un deporte de mucho contacto físico y nunca me llamó la atención”.
Un día, mientras se relajaba en su casa en la capital estadounidense, sus amigas tocaron a la puerta y se la llevaron a un campo de entrenamiento. “Literalmente, me secuestraron”, expresa Marchino, quien con el correr de los minutos aprendió a taclear y a sentir una adrenalina que nunca había experimentado.
Pronto empezó a desarrollar su potencia, velocidad y fortaleza en el club Furies, con el que supo qué era escalar en una carrera deportiva. Llegó a integrar las selecciones de Estados Unidos en tres mundiales: dos de 15 jugadoras y uno de siete, entre 2007 y 2014. “Debo reconocer que el rugby no es lo principal en ese país, el nivel no es tan alto, pero ha ido creciendo”.
No obstante, el bichito del hogar siempre le había picado. Reconoce que le comentó a su madre que quería volver a Colombia con la intención de relacionarse con sus orígenes.
En junio de 2015, inmediatamente después de la histórica clasificación del equipo de rugby femenino de Colombia a los Juegos Olímpicos, Nathalie se contactó con los directivos para poder presentarse y unirse al grupo. “No sabía que Colombia tenía equipo, el rugby suramericano es muy desconocido, solo Argentina y Brasil, pero ahí mismo que me dí cuenta del logro, quise hacer parte”.
En el elenco recibieron el interés con mucho agrado. “Empezamos el seguimiento y la evaluación de su nivel. Pronto nos dimos cuenta de que es de mucha experiencia y un nivel superior”, revela Laurent Palau, entrenador de Las Tucanes.
Esa es la razón por la que volvió a sentir los aires de su tierra, aunque esta vez fue a un destino diferente a su Cali: Medellín. Vivió en la casa de una de sus compañeras de equipo durante dos semanas y comprobó que la hospitalidad de los colombianos es como la que ella se imaginó.
Todos los días se levanta mentalizada en aportar para que Colombia haga una decorosa participación en Río. Además, disfruta del saludo de la gente, de las montañas y de portar la camisa amarilla con rayas azules y rojas.
Mientras tanto espera no seguir cayendo mucho en las tentaciones de la comida.