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Dios es el mayor voluntario del padre Miguel

  • El padre Miguel en su escuela de La Cruz. Foto Juan A. sánchez
    El padre Miguel en su escuela de La Cruz. Foto Juan A. sánchez
04 de marzo de 2015
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El 20 de enero de 2009, el sacerdote misionero Miguel Pérez Vega inició con algunos amigos y voluntarios la aventura de crear una escuela para el barrio La Cruz.

En la capilla de esta zona de Manrique Oriental enseñaba con profes solidarios a leer y escribir a 35 niños, la mayoría en extraedad.

Ahora, luego de seis años, esa escuela de un solo salón se convirtió en la Institución Educativa Santa María de la Cruz, que recibe a diario más de 100 estudiantes de primero a quinto de primaria.

Una labor que el presbítero llevado por la filosofía de la madre Teresa de Calcuta ha duplicado por toda la ciudad, fundando además un restaurante comunitario, un hogar para enfermos, un centro de acogida para abuelos y una guardería.

Pero, ¿cómo este hombre ha podido durante tan pocos años fundar estos espacios para ayudar a las personas más necesitadas?

“Yo tengo un equipo al que llamo amigos, voluntarios y benefactores. Ellos con sus donaciones, tiempo y trabajo me han ayudado a sacar adelante los proyectos. Yo soy la cara visible de esto, pero conmigo hay muchas personas ayudándome. Sin ellas sería imposible”, agrega el padre.

Entregar herramientas

El padre Miguel tiene claro que nunca le apostará al asistencialismo, es decir, a que se deba pedir o mendigar.

Para él se debe recuperar la dignidad de las personas, como indicaba la Madre Teresa y reducir la mendicidad dando herramientas para que las personas den su granito de arena con trabajo.

“Por ejemplo, para poder dar los desayunitos y los almuerzos en el restaurante, me voy para La Minorista y compro las cositas con las donaciones. No me las regalan, pero sí me las dan más baratas. Además, un señor que trabaja allí nos hace su donación”, expresa el también licenciado en educación y ciencias religiosas de la UPB.

En el restaurante se sirven 280 almuerzos diarios, la mayoría a niños, aunque también llegan algunos abuelitos.

Su labor solidaria que ha sido acompañada desde sus inicios por el Instituto Misionero San Pío V, no se detiene.

En este momento viene organizando su última labor: La casa de los abuelos, la cual abrió muy cerca del Hogar del enfermo, espacio en el que se acompaña a las personas que padecen la fase terminal del cáncer.

“La Madre Teresa decía que en ocasiones a la gente no la mataba la enfermedad sino el abandono y la soledad. Los médicos calman el dolor del cuerpo con medicamentos pero nosotros calmamos el dolor del espíritu y les damos apoyo”, manifiesta el padre, quien añade: “Hemos actuado con ayuda de Dios, siendo responsables, haciendo las cosas lo mejor posible ya que no estamos hablando de zapatos o ropa sino de seres humanos que merecen nuestro amor y cariño”.

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