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Caminar por las calles de Barcelona en enero significa sentir el frío de una brisa delicada que hace meter las manos a los bolsillos. El sol matutino apenas sirve para calentar un poco la piel. Mientras cientos de motocicletas scooter pasan raudas en un número que supera al resto de las ciudades españolas, los transeúntes caminan afanados a los lugares de trabajo.
Las Ramblas, una de las calles con más turistas, está tranquila, todos duermen, solo algunos vendedores africanos, con gafas, bolsos, tenis y accesorios de mujeres, deambulan buscando un lugar para soltar la mercancía, que desplegada sobre una manta, es empacada de prisa, si los gendarmes vienen en la distancia. Los negros, altos, corren antes de ser atrapados. Parece el juego del gato y el ratón, el gato es permisivo, sabe dónde está el ratón, pero solo lo corre por cumplir.
En Barcelona hay idiomas de todas las esquinas del mundo, comida para todos los gustos, mujeres hermosas, hombres elegantes y las mejores maneras de viajar en rutas urbanas: metro, tranvía, trenes, buses, taxis y bicicletas, que la convierten en la séptima ciudad del mundo en movilidad eléctrica. Es además la quinta en calidad de vida y la cuarta catalogada como la más inteligente. Cataluña tiene siete millones y medio de habitantes, de los cuales cuatro millones ochocientos mil viven el área metropolitana. En promedio la expectativa de vida de los catalanes tiene una media de ochenta y dos años, es decir, podrían disfrutar su ciudad con longevidad.
La cocina está regida por las tapas, lugar común en los comedores españoles. Desde su morcilla con base en tripa de cerdo, sangre, piñones y cebolla de huevo, pasando por los butifarrones de huevo que tienen además papa y cebolla, es decir, una tortilla española embutida en una tripa, hasta el famoso vermouth de Reus, que dicen, supera al italiano en calidad y gusto, Barcelona es un destino culinario para atender.
Las vermuterías abundan en Barcelona. Javier Fernández de La Monumental, un lugar cálido que desde 1937 le da gusto al paladar de propios y extranjeros en la capital de Cataluña, nos cuenta que un vermouth se disfruta antes de almorzar. Él prefiere el catalán al italiano, asegura que es más artesanal. Va solo con hielo. Puede tener algo de naranja o limón y se disfruta como aperitivo. Abre el apetito, dan ganas de comer luego de tomarlo. No se acostumbra beber más de dos antes de la comida y es común que se acompañe con panes untados de tomate, berberechos, un tipo de molusco en concha, que armoniza delicioso, así como el manchego, el serrano, las anchoas, las olivas y las chistorras.
¿Qué es un vermouth?
Un vermouth es un vino y punto. Nada de limitar esta bebida a un tipo de aperitivo, por fuera de la familia vitivinícola. Es un vino especial que procede del rojo o blanco.
El vermouth es una preparación aromatizada con hierbas. La absenta y el ajenjo son fundamentales, así como otras especies amargas y tónicas, tales como el tomillo, lavanda, casia y caramelo. Tanto plantas como raíces, flores y especias, son las claves para aromatizarlo.
Los enólogos suelen usar entre cincuenta y ochenta ingredientes botánicos diferentes en la elaboración. Un mes puede ser un tiempo prudente para dejar el vino con las hierbas. Tiene azúcar adicionada y al parecer los orígenes lo sitúan como un antiguo remedio de infusión de vino y plantas medicinales. El piamonte italiano se lleva los honores de ser la región que lo desarrolló en rojo, pero los franceses lo adoptaron rápido como blanco, ni modo de culparlos.
Canadá es otro productor, pero el de allí es elegido para preparación de cocteles. Dicen los conocedores que las notas organolépticas se asocian a plantas de los Alpes. En la elaboración del vermouth también tienen presencia las pieles de limones y naranjas, entre otros componentes. Saber la receta de un productor es tarea imposible, cada quién tiene su misterio, pero lo cierto es que los catalanes de Reus le tienen la medida.
Reus es una población pequeña y linda de Cataluña que se abrogó la producción de vermouth. Si visita el pueblo debe pasar por el museo de la bebida más querida y disfrutada por los catalanes.
La Cala del Vermut es otro de los lugares obligados a conocer. Cuando llegue allí no hable de otro equipo de fútbol diferente al Español, rival de patio de FC Barcelona, de lo contrario puede que no le sirvan el coctel.
Dice María, coctelera del sitio, que La Cala tiene su propio proveedor en Reus, todos los locales distinguen la calidad de su vermouth. En el Paseo de Gracia, por la avenida Laietana, cerca a la Plaza España, en medio de La Boquería, el mercado urbano más grande y turístico, en plaza Cataluña o Urquinaona es indispensable pasar por un vermouth antes de almorzar.
Otra caraterística de la comercialización del vermouth en la ciudad es la venta por litros para llevar. En los restaurantes o bodegas puede degustarlo por copas, pero es común que las personas se acerquen a los grandes barriles, a través de una pluma de las de agua, extraigan el vino a granel y lo lleven a sus casas.
¡Vamos a hacer el vermouth! dicen los catalanes, es en ese momento que los amigos y familiares, a las doce o una de la tarde, se reúnen a comer una tapa o pasabocas, con una copa larga de vino fresco, con un cubo de hielo y en un pincho una aceituna.
El vermouth es una bebida acostumbrada para el día, pero hay quienes se toman un blanco en la noche.
Este vino alguna vez, puede ser por la crisis o la pérdida de memoria de los habitantes, salió de la mesa catalana, pero hoy está de moda en Barcelona y los catalanes lo degustan a diario en su vivir.
Nosotros en Colombia, con el clima caluroso y el gusto por las notas dulces, deberíamos tomarlo más seguido y así, como en España, decir: ¡vamos a hacer el vermouth!.