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Si es de los que añora pasar un día de playa, pero lejos del bullicio de vecinos incómodos que llevan a cuestas un equipo de sonido, o del acoso de vendedores de cuanto cachivache y servicio de masajes y trencitas que abundan en las playas más populares del país y que con su insistencia no dan espacio para la tranquilidad, no se agobie. Aún es posible encontrar esa playa virgen que está ahí puesta solo para el descanso y el disfrute del cuerpo y el espíritu.
Eso sí , para llegar se necesita un poco de paciencia, porque no está al alcance del primer vuelo que tome.
Es un destino que se hace esperar un poco.
A una hora de San Andrés, partiendo desde el muelle de Toninos, una de las marinas que existen a lo largo de la isla y desde la que parten diariamente embarcaciones a los diferentes recorridos turísticos, y abordando un catamarán, esa especie de paraíso perdido lo puede recompensar con sus playas blancas y sus aguas tibias que reflejan algunos de esos colores que han hecho tan famoso el archipiélago.
Cayo Bolívar es su nombre, aunque en realidad son dos cayos, de no más de 7 kilómetros de largo y menos de 5 de ancho. En uno de ellos la Armada Nacional tiene un puesto de vigilancia y control; y el otro es ese paraíso semi perdido al que se llega luego de poco más de 50 minutos de navegación.
El catamarán Splendor es una embarcación caracterizada por su diseño con base en dos pontones que, explica Fernando Galán, gerente de la firma Conocemos Navegando, hace que su navegación sea mucho más estable.
Una ventaja que se aprecia cuando en medio del recorrido entre San Andrés y Cayo Bolívar la embarcación a veces debe afrontar ola en promedio de 3 metros, y que dejan la sensación de viajar como en una montaña rusa acuática, pero segura.
Además si en el trayecto, como es casi seguro que ocurra, se encuentra con un grupo de delfines que acompañan buena parte del recorrido de la embarcación, la experiencia de abordar esta nave ya comienza a pagarse por sí sola.
Para los cuerpos que no están acostumbrados al trato con las olas y el mar, no sobra la recomendación de su pastilla de mareol una media hora antes de emprender el recorrido.
Luego de casi la hora de navegación Cayo Bolívar se divisa al horizonte, un marco de colores en las gamas de azul y verde acompaña la vista de una franja de tierra en la que se aprecian desde la distancia las palmas de cocos y algunos arbustos pequeños.
Algunos metros antes de la playa la nave se detiene y el proceso final de acercamiento se hace por medio de un pequeño bote con motor fuera de borda.
Ahora sí, toda la playa a su disposición.
Ojalá con un buen par de zapatillas para el mar, porque además de arena también es posible pisar algunas piedrecillas y caracoles, se puede recorrer en pocos minutos el entorno.
Cangrejos blancos, casi transparentes, lagartijas de colores verdosos y azulados brillantes que sin temor corretean al lado de los turistas, y algunas especies de aves marinas serán la compañía perfecta en la caminata. Y de fondo el sonido del mar rompiendo contra la playa y contra la barrera de coral que se encuentra en uno de los lados de este islote y en el que es posible realizar actividades como el careteo o la inmersión con snorkel, para apreciar la belleza y la delicadeza de este ecosistema en el que cada parte cumple una función vital, y en el que el hombre solo es invitado a mirar, sin intervenir.
Leer, buscar los mejores ángulos y las mejores panorámicas para preservar en el recuerdo gráfico ese pedazo de cielo, caminar sin prisa o tumbarse en la arena para ser acariciado por el sol y la brisa marina (debidamente protegido) hacen parte de las opciones de descanso que Cayo Bolívar ofrece para unas horas de desconexión total del mundo y un reencuentro con lo maravilloso de la sencillez de la naturaleza.