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Pese a la profunda opacidad de las aguas del Sena y sus afluentes, la pesca urbana, es curioso, se está popularizando en París, el último grito del siglo XXI en la capital francesa.
Para tranquilidad de la comunidad médica, los peces atrapados por deporte no se utilizan para el consumo alimentario, sino que se devuelven al agua para que puedan seguir nadando a orillas de la Torre Eiffel, a menudo después de someterse a la “selfie” de rigor.
La idea surgió en Europa en los años ochenta y los aficionados se fueron diferenciando de los pescadores tradicionales, que buscan la tranquilidad de un lago remoto para sacar la caña. El auge llegó a París a partir del año 2000 y cada vez son más los adeptos a una práctica que intenta acercar los meandros del campo a la ciudad.
Entre los aficionados parisinos a la pesca callejera impera la doctrina “No-Kill” (no matar) y los trofeos no cuelgan de la pared, sino que circulan por redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram a través de etiquetas como #StreetFishing o #BigCityFishing.
En la primera metrópolis de Francia han florecido incluso escuelas dedicadas a ese deporte, como la “Naturlish Academy”. Fundada por el publicista Aurélien Fiaux, la academia es un centro que comparte los trucos y secretos de ese deporte fluvial practicable durante todo el año, según las especies que se persigan, y que propone cursos de una hora y media los sábados por la mañana a, razón de 20 euros por persona (unos 22 dólares).
“Desde pequeño iba con mi padre a pescar en la región parisina y me dije: ¿por qué no hacerlo en París?”, comenta a EFE Fiaux, que en 2013 lanzó una marca de ropa inspirada en la pesca urbana, y poco después la escuela.
Las clases -paseos con un monitor- están dirigidas a todos los públicos, pero tienen más éxito entre la “generación pesca 2.0”, niños que al tiempo que practican una actividad recreativa al aire libre aprenden a mejorar “la concentración, la observación o la paciencia”, cuenta.
“No tiene nada que ver con la pesca tradicional. No se está quieto, sino que se camina por el canal para descubrir la ciudad con otra mirada”, resume Fiaux.
Pero no todo lo que se saca del agua está recubierto de escamas. El anzuelo bien puede engancharse a una silla, una moto o una bicicleta, que tampoco conviene llevarse a la boca. Aquí también se impone el “selfie”.
La disciplina requiere un permiso de pesca que puede adquirirse en línea por 80 euros (85 dólares) la licencia anual para los adultos; 20 para los adolescentes (22 dólares) y 6 para los niños (7 dólares).
El “street-fishing” precisa también una equipación básica que ronda los 60 euros (85, 22 y 6,5 dólares, respectivamente) y se comercializa en tiendas especializadas (o en grandes almacenes deportivos.
Además de cañas, sedales y anzuelos, French Touch Fishing propone cursos de iniciación en los alrededores de la parisina Ciudad del Diseño, un moderno edificio que toma su forma de un navío, e incluso convoca concentraciones de urbanitas aficionados a la pesca que congregan a más de 200 personas.
La idea surgió en Europa en los años ochenta y los aficionados se fueron diferenciando de los pescadores tradicionales, que buscan la tranquilidad de un lago remoto para sacar la caña.
“No sabría decir cuántos practican el “street-fishing” en París, pero cada año son más”, asegura Fiaux.