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Por RICARDO monsalve gaviria
Fueron solo unos minutos para que cuatro personas, dos victimarios y dos víctimas, le expresaran al Papa el horror del conflicto y las imborrables cicatrices que les dejó. Francisco escuchó con el asombro de un hombre a quien horroriza la guerra, pero sin condenas, y abrazó igual a quienes dispararon los fusiles y a quienes conservan en sus cuerpos y en su alma las heridas. Al final, dejó como pocas veces en los recientes discursos de fin del conflicto, la sensación de que a este país no le queda otra vía que perdonar y reconciliarse.
Juan Carlos Murcia, excombatiente de las Farc; Deisy Sánchez, víctima de mina antipersonal; Luz Dary Landazury, excombatiente de las autodefensas y Pastora Mira, víctima, fueron los encargados de hacerle ver al Papa que a pesar de lo ocurrido, sus corazones ya perdonaron y sus vidas están destinadas a guiar a quienes aún les cuesta hacerlo. Precisamente el relato de Pastora conmovió al Papa, la guerra en el oriente antioqueño le arrebató a sus dos hijos, ahora ayuda a buscar desaparecidos. “Quiero poner todo mi dolor y el de miles de víctimas a los pies del Jesús negro crucificado de Bojayá, para que se una a la oración de Francisco y así sea transformado en bendición y perdón”, dijo.
A propósito el Crucificado de Bojayá es ahora el símbolo de la reconciliación en Colombia. El santo padre describió lo que esa imagen representa: dolor, muerte y sangre derramada. “Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es más Cristo aún, porque nos muestra una vez más que él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo”, dijo Francisco