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A principios de este año, cuando inició la ejecución del proyecto Centro Parrilla de Epm, los arqueólogos sabían que bajo el asfalto del centro de Medellín los obreros podrían encontrarse los rieles del tranvía de 1921 y, muy probablemente, los antiguos puentes en ladrillo macizo de la quebrada Santa Elena.
Con Centro Parrilla, Epm pretende construir y optimizar 34,7 kilómetros de redes de acueducto y alcantarillado en el centro de la capital antioqueña, pero como en toda intervención que implique el rompimiento del suelo, antes tuvieron que poner en marcha un plan de manejo arqueológico.
Gracias al archivo histórico, el grupo de arqueólogos e historiadores que contrató Epm identificó varios puentes que hace un siglo sirvieron para atravesar las quebradas Santa Elena, La Palencia y La Loca, en la comuna de La Candelaria.
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Y aunque no estaban seguros de que los puentes hubieran sobrevivido a cien años de modificaciones urbanísticas, los profesionales alertaron a los ingenieros sobre los sitios exactos en donde los podían encontrar.
Hicieron lo mismo con unas pilas de agua que abastecían a la población del centro de Medellín, mucho antes de que existiera el actual alcantarillado, y con los planos del antiguo tranvía eléctrico de 1921.
Después, en el trabajo de campo, los arqueólogos comprobaron que la ciudad que hoy conocemos se construyó justo encima de su pasado. Y cada vez que los obreros abrieron un hueco en el pavimento, un arqueólogo estuvo ahí para comprobar que el patrimonio arqueológico no resultara afectado por la construcción.
Así fue como encontraron varios fragmentos de loza europea del siglo XIX, los atanores del acueducto de Medellín de 1896, los rieles y polines del antiguo tranvía, unos buzones que llegaron en 1914 traídos de Escocia, las primeras coberturas que se hicieron de las quebradas Santa Elena y La Palencia hacia el año 1875 y los puentes que atravesaban esas mismas quebradas en 1860 y 1870, en las calles Palacé y Junín.
Lo que no esperaban encontrar, porque no había ninguna información en el archivo, fueron unos fragmentos de cerámica prehispánica que aparecieron en la zona de la carrera Cúcuta con las calles Juanambú, Zea y La Paz, entre la estación Prado del Metro, la Avenida Oriental y la Avenida del Ferrocarril.
Gracias a unos pedacitos de ollas de barro, los arqueólogos inmediatamente supieron que justo ahí -en un barrio del centro que hoy está plagado de lavaderos de carros y almacenes de remates- vivió una población indígena mucho antes de que los primeros españoles llegaran al Valle de Aburrá. ¿Pero hace cuánto?
El análisis de carbono 14, que se hace por fuera de Colombia, concluyó que los pedacitos de cerámica fueron amasados y cocidos por una cultura indígena que vivió en el delta de la quebrada Santa Elena hace alrededor de 1.800 años.
“Eso quiere decir que gracias al proyecto de Centro Parrilla estamos recuperando información de cómo fue ocupado y cómo se transformó todo el centro histórico de Medellín desde hace 2.000 años hasta hoy en día”, explica Paula Andrea Gallego Muñoz, arqueóloga de Epm.
El equipo de rescate arqueológico trabajó en 20 puntos de un área de dos por dos, que no fueron intervenidos por las obras de Centro Parrilla pero sí son importantes para el patrimonio de Medellín.
A unos 60 centímetros de profundidad, debajo del pavimento y la gravilla de la carrera Cúcuta, los arqueólogos sacaron pedazos de cerámica utilitaria, como platos y ollas que hicieron parte de la vida cotidiana de las personas que vivieron en ese lugar, y fragmentos de herramientas en piedra.
Los estudios determinaron que la cerámica es del tipo marrón inciso, la misma que ya ha aparecido en otros lugares de Medellín como el Cerro El Volador y la Plazuela Zea, también en el centro de la ciudad pero en el otro margen de la quebrada Santa Elena.
“Muchas de las piezas que encontramos están decoradas o son bordes. Entonces cuando tenemos pedacitos de bordes podemos proyectar el tamaño de la vasija o de la olla, lo que nos da una idea de para qué pudo ser utilizada, si para cocinar alimentos o almacenar líquidos”, cuenta Gallego.
Además, los arqueólogos encontraron piezas decoradas con figuras zoomorfas, “unas decoraciones muy bonitas” según Gallego.
“Son unas aplicaciones en cerámica con forma de animales que llevan las vasijas encima, pero todavía las estamos identificando porque no son tan claras. Esto nos lleva a pensar en la importancia de los recursos naturales”, dice la arqueóloga.
La comunidad se asentó en el delta de la quebrada Santa Elena, muy cerca de la desembocadura del río Medellín, donde seguramente tenían muchos recursos naturales para alimentarse, cazar y sembrar.
De hecho, el de la carrera Cúcuta no es el primer asentamiento prehispánico que han encontrado cerca a la quebrada Santa Elena. En el sector de Piedras Blancas, en el Parque Arví, vivió una comunidad indígena que recogía aguasal en jarras de cerámica para evaporar el agua y usar la sal en la conservación de alimentos.
Por todo esto, los arqueólogos saben que desde antes de la llegada de los españoles la quebrada Santa Elena ya era un eje fundamental del desarrollo en Medellín, y que la ciudad ha crecido, casi hasta el día de hoy, en torno a ese afluente hídrico.
Pero volviendo a nuestros ancestros indígenas, que son casi tan antiguos como Cristo, hay varias preguntas que quedan en el aire y que solo se resolverán cuando se completen los análisis en el laboratorio.
Por ejemplo, a partir de los pedacitos de olla, un estudio especializado puede determinar de qué se, y si logran descifrar las decoraciones de las vasijas, los arqueólogos sabrán qué especies de animales merodeaban el valle.
También es posible saber si este asentamiento tuvo algo que ver con las otras poblaciones indígenas que vivieron en el Valle de Aburrá, como la comunidad que habitó los alrededores de la Plazuela Zea, comparando los tipos de cerámica y los patrones de enterramiento.
Lo que no se puede saber es el nombre de esa cultura que dejó sus ollas enterradas en el centro de nuestra ciudad, porque cuando Jerónimo Luis Tejelo llegó a la tierra de los aburráes el 24 de agosto de 1542, esos primeros pobladores se habían convertido en fantasmas hace más de mil años.