Los muchachos quedaron al amparo de la madre que ya no soportaba al marido alcohólico e irresponsable.
El tiempo fue ablandando los malos recuerdos en los hijos hasta el día en que llegó la noticia de que su padre había muerto.
La señora tuvo que atestiguar ante las autoridades y presentarse en la casa del difunto para reclamar las pertenencias. Todo estaba descuidado y sucio.
Se percibía un ambiente de soledad y tristeza. La esposa dijo que no le interesaba nada, excepto una caja fuerte escondida en la habitación principal.
Se las arreglaron para abrirla pensando hallar alhajas, títulos o dinero. Pero lo único que había eran unas cartas que la menor de las hijas llamada Gaby solía escribir a su padre a escondidas.
¡Este era el único tesoro…
La chica no pudo contener el llanto al observar que el papel estaba amarillento de tanto ser manoseado y repasado.
Nunca se imaginó que sus cartas fueran durante todo ese tiempo su único consuelo y su gran tesoro. Aunque el padre haya cometido grandes errores, hay que apostarle a la misericordia.