Cuando oye el tango "Mi viejo San Diego", sus recuerdos viajan a San Isidro, en el barrio Aranjuez. Y se ve boca abajo pintando las carátulas de los long plays que su papá, un carpintero del barrio, compraba con pasión. Los tangos: esa música triste que se baila. Dibujaba a Carlos Gardel, a Óscar Larroca y a otros cantantes. Fueron sus primeros cuadros.
"Esas canciones me traen recuerdos de mi mamá, tarareándolos" dice Jorge. "También de las rumbas de mi papá con sus amigos ahí en la sala de mi casa, que por cierto tenía techo alto y baldosas cuadradas, amarillas y rojas.
Los dibujos quedaron en manos de amigos con los que él compartía sus tragos. Ellos decían, en medio del hipo: "Lo hace muy bien". Me acuerdo que algunas veces me regalaban plata".
Cuando lo conocí en 1985, él se llamaba Jorge Botero Luján. Ahora firma sus cuadros con el nombre de Jorge Luján. ¿Caprichos de artista? No sabría decirlo. Sólo sé que el pintor más admirado por Jorge, el español Diego Rodríguez de Silva y Velásquez, más conocido como Diego Velásquez, adoptó el apellido de su madre para firmar sus cuadros, según la costumbre portuguesa, también habitual en Andalucía. Lo mismo hizo otro gran pintor español: Pablo Diego José Ruiz Picasso, conocido como Pablo Picasso. Él decidió firmar sus cuadros sólo con el apellido materno cuando ya era un artista profesional.
Los años han pasado. Jorge ya no es el muchacho que recorría las calles de Aranjuez como una sombra que va por su arrabal. Ahora es un artista profesional. Mientras pinta por las noches en su taller de Miami, oye salsa, oye rock, oye tangos: "Verdemar", "Igual que una sombra", "Volvamos a empezar". Y "Mi viejo San Diego", su tema preferido: Nací en este barrio tan lindo / Que es sólo un pedazo de mi alma / No hay como mi barrio San Diego / Con sus cafetines nocturnos / En su vieja plaza querida / Testigo de penas y amores / Barrio, barriecito querido / Nunca te podré olvidar?
Con el tango, a Jorge le ha pasado lo mismo que a muchos de nosotros. Porque decir Medellín y decir tango es hablar de una misma historia, de una misma sangre. La historia va desde que los primeros tangos fueron traídos a Colombia en la década de 1920 por un bandoneonista de la Compañía de Comedias de Camila Quiroga, y la gente empezó a oírlos en los discos de acetato de 78 revoluciones y a verlos bailar en las películas de Rodolfo Valentino y Carlos Gardel. La sangre va desde el accidente de aviación en que murieron Gardel y sus guitarristas, junto con muchos pasajeros más en el Aeródromo de Las Playas, el 24 de junio de 1935, hasta el suicidio de Ernesto Arango en una cantina de Guayaquil, después de meter una moneda en el piano para que Gardel cante los versos de la última canción: Sentir que es un soplo la vida? Esta historia puede leerse en las fachadas de las casas de los barrios Guayaquil, Manrique, Aranjuez, algunas de ellas ya devastadas por los tractores, las piquetas, el asfalto, los incendios, el Metro, los nuevos edificios y la especulación inmobiliaria; en novelas entrañables como Aire de Tango, de Manuel Mejía Vallejo; y en las baldosas rojas y amarillas del Patio del Tango, el bar legendario del Barrio Antioquia donde el gordo Aníbal alumbró a Gardel con velas cada 24 de junio, como si fuera un santo, hasta el día de su muerte. Ahora esta historia también puede verse en los cuadros de Jorge Luján, un pintor nacido y criado en las calles del barrio Aranjuez, mi barrio, y pintados por sus manos incansables de honrado obrero de la más alta pintura.
Decir Jorge Luján y decir Medellín y decir Tango es hablar de una historia y una sangre que se confunden. Él las ha retratado en sus lienzos con una pasión desbordada desde que empezó a pintar cantantes, boca abajo, cuando todavía era niño, en la sala de su casa, hasta que después de largos años de trabajo se consagró como uno de los nuevos clásicos vivos de la pintura colombiana contemporánea.
Bienvenidos estos cuadros a su ciudad, a sus calles, al lugar donde nacieron y adonde pertenecen.