Se llama Rafael Bayona, le dicen Patton y saltó a la Web 2.0, como uno de los blogueros más populares. Y, desde hace 16 años, solo se transporta en María Casquitos, su bicicleta.
El asunto se volvió radical desde una ocasión, para ser exactos, el 3 de septiembre de 1993, cuando salía, como siempre cogido del día, para la Universidad Javeriana, donde estudiaba Ingeniería de Sistemas. Esta vez le tocó esperar el bus por más de dos horas.
Entonces, al día siguiente cogió la bicicleta de su papá y no solo llegó en menos tiempo de lo esperado, sino que empezó a gustarle eso de los 20 minutos de recorrido, los ahorros en plata, que suman y el que, sin esfuerzo, siempre es el primero en salir al cambiar el semáforo a verde.
"Nada te para", dice Patton, que pedalea rápido, en promedio, a unos 30 kilómetros, y que defiende este medio no solo de transporte, sino de vida.
En bicicleta compra mercado, hace vueltas, va a centros comerciales, rumbea y asiste a eventos, en corbata... y con su novia, que adhirió a esta propuesta.
"En 16 años, he bajado del carro a 10 personas", que se han convencido de la cicla, por ahorro, menos estrés y un menor impacto ambiental".
Claro, reconoce que Bogotá no tiene las lomas de Medellín, y que cuenta con ciclovías hasta en lugares insospechados. Con un grupo, cada miércoles, se han dedicado a recorrerlas.
Si llueve, se pone su disfraz de "repartidor de pizza", como lo llama, y combate el temporal sin mojarse la ropa. "Las primeras cinco cuadras da frío, pero luego uno se calienta".
Con humor
Nada lo detiene, ni siquiera los porteros que lo intimidan diciéndole que ese sitio no es apto para parquear su cicla, por ser propiedad privada.
Con un humor irónico, en "Patton en el país del Sagrado Corazón...", ha dejado en evidencia, más de una vez, los perjuicios de quienes creen que "ser un ciclista es ser un muerto de hambre", precisa.
Por el camino ha dejado novias que lo quieren pero con carro, y una que otra laringitis por el frío que se le metía por la garganta, hasta que descubrió un pasamontañas de un tejido tan estético como cómodo.
Sin duda, su mejor adquisición ha sido un espejo retrovisor que adhirió al casco, con el que puede ir rápido. Aunque podría decirse que su seguro de vida está más en su actitud de cuidado y atención permanente.
A la cicla no se monta con tragos, "no hago burradas", y se mantiene a la defensiva. El resultado: cero accidentes y ninguna caída.
Por supuesto que la deja con tres candados, uno de ellos de nombre "kriptonite", como la marca que los creó, con el que desespera a los potenciales ladrones.
Es tal su dependencia a María Casquitos que cuando le tiene que hacer mantenimiento general, dos veces al año, le pide al mecánico que lo haga "bajo presión".
Ya se desespera si tiene que ir en carro, y ni se diga, si le toca coger un bus, donde "todo el mundo huele a perro mojado".
Su decisión es innegociable. Para Patton, su cicla no es una opción a la que llegó porque no había más, sino que es una decisión a la que le dedica dos horas al día, por placer y mayor eficiencia.
Al final del día, su vida es más simple, dice.