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HISTÓRICO
Por los caminos de la Marquesa de Yolombó
  • Por los caminos de la Marquesa de Yolombó | Juan Antonio Sánchez | Yolombó está encomendado a San Lorenzo. La iglesia existía en tiempos de la Marquesa, según Carrasquilla, con las naves separadas en madera.
    Por los caminos de la Marquesa de Yolombó | Juan Antonio Sánchez | Yolombó está encomendado a San Lorenzo. La iglesia existía en tiempos de la Marquesa, según Carrasquilla, con las naves separadas en madera.
John Saldarriaga | Publicado

Un monstruo que parecía constituido de puro pelo, al que los mineros de la quebrada Doñana le daban carácter de diabólico, se apareció de pronto cuando trabajaban en el desvío del río San Bartolomé, con ánimo de hallar el oro de su lecho.

Ellos, supersticiosos, atemorizados y con la fe que pudieron reunir, encabezados por Laurencia Rivillas, una mujer que alcanzó la edad de 123 años alentada, bailando y fumándose sus tabaquitos, le rezaron en coro con su mejor latín el Magnificat Anima Mea: Magnificat. Magnificat./ Magnificat anima mea Dominum./ Magnificat. Magnificat./ Magnificat anima mea.

La bestia, a la cual los mineros dieron el nombre de Ilusión Mala, sólo dejó ver sus colmillos cuando, con voz ronca como de ultratumba, dijo: "¡Qué cuentos de Ánima Mea!"

Aterrorizados, buscaron al sacerdote. Tras contarle lo sucedido, se armó de Biblia, agua bendita y cordón de san Francisco para enfrentarlo. Al llegar al sitio, el terror se apoderó del religioso, quien sugirió más bien dejar tranquila la bestia, no mirarla más por varios días, para darle tiempo de desaparecer por su propia voluntad. Siete días le dieron y, al regresar, los más valientes encontraron el nicho vacío, inmenso y sin señales del ser maligno.

Esta historia la narra Joaquín Palacio, mulato de Doñana, riachuelo en el cual Bárbara Caballero y Alzate, la Marquesa de Yolombó, tuvo algunas minas, lo mismo que en los de San Bartolomé y San Lorenzo.

Doñana está situada en límites de este municipio con Yalí. Hoy, en auto, ese trayecto se hace por carretera pavimentada, afectada por derrumbes frecuentes, en más de una hora. En tiempo de la marquesa, finales del siglo XVIII, cuando el transporte se hacía a lomo de mula, en caminos que surcaban montañas agrestes, colmadas de selvas habitadas por animales salvajes, el trayecto no podía ser inferior a dos jornadas. Fue el viaje en el cual se embarcó la joven Bárbara Caballero y Alzate, una adolescente de 16 años, en las primeras páginas de la célebre obra de Tomás Carrasquilla. Ni siquiera su familia creía que fuera a aguantar los rigores del viaje y, menos, la rudeza de la estancia en un campo minero, lejos de las comodidades de la casa. Trataron de disuadirla, pero "¡lo que le valen tales reparos a esta moza de sangre aragonesa!", como dice la novela. Mujer de espíritu indómito, no se amilanaba ante las labores que, en ese entonces, eran exclusivamente masculinas.

En medio de esas vegas, revolcadas mil veces durante cinco siglos para sacar oro con picas y palas anteriormente y con retroexcavadoras y taladros en los tiempos modernos, vive Joaco, con su hermana Rubiela.

Lo que hoy es la vereda Doñana, conformada por una decena de casas aisladas y una escuela, era hace cincuenta años, cuando los sucesos de la Ilusión Mala, un corregimiento próspero, conformado por 90 ó 100 casas, con carnicería, tienda de abarrotes, salón de baile y ocho cantinas para atender a medio millar de personas que pasaban su vida "borrachas" y baharequeando, aparte de muchos otros habitantes no permanentes, porque allí sacaba oro "hasta quien no supiera hacerlo".

A los mulatos, los colonos como Juan Olano, les pagaban con bonos. Éstos les servían para mercar. Ese mismo hombre solía "darles" una vaca o una yegua de vez en cuando. Sus tierras quedaron ocupadas por numerosas familias, como la Palacio, con posesiones que han ido pasando por generaciones.

La mayor parte de la gente se fue, no por falta de oro, no crea, "como me dijo una mujer loca en Yalí: 'el oro se acaba por un tiempo y a los siete años vuelve a aparecer'. Como que se esconde por tiempos". Se fueron por la Violencia partidista.

Joaquín conoce la historia de la Marquesa. Por tradición oral, no por la novela, sabe que esa mujer llegó a tener 37 siervos y a acumular 250 arrobas de oro. "Se dejó creer del amor de un aventurero, con quien se fue a España. Por allá, él la dejó en la ruina, le secó la ubre. Ella volvió a Yolombó y se encerró a rezar".

La casa Caballero y Alzate
Según la tradición, la casa de la Marquesa está situada en Plaza Vieja, sobre la carrera 18, más conocida como calle Santa Bárbara, y marcada con la placa 19-57. Es una vivienda colonial, con fachada pintada de café y amarillo.

Posee, además de habitaciones en galería, suelos de madera de canelo y un sótano en el cual, según cuentan aficionados a la historia como Evelio Ospina, dormían los esclavos.

Su morador actual, Jesús Arango, nacido en Girardota el 22 de noviembre de 1922, llegó a Yolombó en 1957, con la empresa electrificadora de Antioquia. Fue artífice de la electrificación de este pueblo dos años después.

"Yo compré esta casa en 1974, a la sucesión de Luis Sierra Mazorra por 250 mil pesos. La cocina tenía entrada por detrás de la casa, pero yo la hice sellar y construir otra por el interior. También mandé forrar los baños".

El sótano, él lo ocupa con corrales de gallinas y gallos de pelea porque "he sido gallero desde los 12 años".

Cuenta que antes de vivir allí con su esposa y su hija, habitó la casa, en calidad de encargada, no de propietaria, Hortencia Aguilar -hermana de un hombre que llegó a ser consejero de Estado-, quien casi la tumba buscando los tesoros de la Marquesa, "sabiendo que ella murió pobre".

Santa Bárbara, el nombre de la calle, era, precisamente la patrona del pueblo en tiempos muy idos. Según monseñor Nicolás Mejía, párroco de la iglesia de San Lorenzo de Yolombó, la santa protege de rayos y truenos. Pero, movidos por los incendios repetidos en la población, decidieron encomendarla a San Lorenzo, patrono de estos infortunios "por haber padecido una muerte en fuego".

Monseñor también exhibe, en urnas situadas en un salón de la casa cural, algunos documentos históricos eclesiásticos. Entre ellos, la partida de defunción de Pedro Caballero Nipios, el padre de Bárbara. El sacerdote lee a través del cristal: "En esta parroquia de San Lorenzo de Yolombó en veinte y nueve días de octubre del año de mil ochocientos y setenta y tres. Di sepultura eclesiástica al cuerpo difunto del sargento mayor don Pedro Cavallero, natural de Málaga, vecino de ésta y legítimo esposo y marido de (la) señora Rosalía Alzate. Recibió el santo sacramento de penitencia y de extremaunción por el sagrado viático (...) Se le hizo entierro mayor y otorgó su testamento dejado por su albacea (?) a su citada esposa y a un hijo suyo". Firma: Blas José de Obregón.

En este municipio minero, pocos hablan de la Marquesa. Un poco en broma, algunos comerciantes de la plaza de mercado dicen: "en Yolombó se acabaron los caballeros". Se refieren al último de los descendientes del malagueño, Gildardo Cárdenas Caballero, muerto hace menos de cinco años.

Este hombre vivió en la calle Colombia, menos conocida como Circular 2 y más como calle del Tigre, frente a una vivienda en la cual, según cuentan, vivió Tomás Carrasquilla entre 1917 y 1927, año de publicación de la novela, precisamente con objeto de documentarla. Evelio Ospina sostiene que el escritor dominicano iba a la plaza los domingos, a escuchar de boca de negros y mulatos las historias de la Marquesa.

Marcada con nomenclatura 20-343, quienes han habitado esta casa aseguran escuchar durante las noches el ruido de teclas de una máquina de escribir, en la última habitación antes de llegar a la cocina.

"Especialmente, se oye en Viernes Santo", puntualiza Luchita, la comerciante que hoy ocupa la pieza de Carrasquilla con una tonelada de mercancía de su almacén de miscelánea.

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