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El general Bernard Trainor fue uno de los pocos que sacó victorias relevantes en la campaña contra los norvietnamitas. No se trataba solo de bombardear, ni de “buscar y destruir”. Había que superar su inteligencia, su experiencia y su conocimiento de una selva atemorizante para los norteamericanos. Él lo sabía y pudo, con esfuerzo y algo de suerte, destapar la trama de espías que colaboraban con los comunistas en la jurisdicción que el militar defendía en Vietnam del Sur.
“Dos snuffies —marines sin graduación—, aburridos del entrenamiento, se apartaron para jugar con un disco de plástico sin que los vieran los oficiales. Lo lanzaban de un lado a otro hasta que fue a parar a unos arbustos. Cuando uno de ellos fue a recogerlo vio la boca de una madriguera. La ensanchó con su bayoneta y descubrió que daba a un túnel. Resultó ser una de las entradas al cuartel general de la Zona Especial Quang Da”, dijo a Christian Appy, uno de los más reputados expertos sobre este conflicto, en su libro “Patriotas”.
“Nos encontramos con una auténtica obra de ingeniería. Debían de haber trabajado como chinos durante años (...) Disponían de agua potable gracias a unas cañerías de bambú y también había, en los rincones, deflectores para evacuar el humo y no ser detectados cuando cocinaban”, relató.
“Pero el mayor descubrimiento fue unas latas de café de dos kilos, que contenían los expedientes de todos los agentes dobles del Vietcong en la Zona Especial de Quang Da. Entre ellos estaba el del alcalde de Danang, que resultó ser un espía, y aquel fue mi momento de mayor orgullo. Por lo que pude oír, fue el mayor hallazgo producido por el Primer Cuerpo —los estadounidenses dividieron Vietnam del Sur en cuatro cuerpos, el primero era al norte—, durante la guerra”, agregó.
Lo cierto es que hechos positivos para los estadounidenses como este, no valieron nada en un conflicto marcado por las decisiones erradas, desconocedoras del contexto en el que se luchaba y casi ingenuas. Trainor lo sabía, y por eso prefería no arriesgar a sus soldados en las cuestionadas operaciones de “buscar y destruir”, implantadas por el general William Westmoreland: “Si uno manda gente a caminar por los arrozales el único resultado posible es que alguno resulte herido. Tenía que haber una mejor forma de luchar”.
¿Por qué E.U. se vio abocada al fracaso en Vietnam y, por primera vez en su historia, presenció, el 30 de abril de 1975 —40 años que se cumplieron ayer—, su derrota con la caída de Saigón?
Consultado por EL COLOMBIANO, Christian Appy, doctor en Historia de la Civilización Americana de la Universidad de Harvard, docente de la Universidad de Massachusetts y uno de los más respetados expertos en el tema, consideró que “E.U. perdió en Vietnam porque apoyó un régimen impopular, que tenía oposición ferviente de un movimiento comunista y nacionalista que se ganó el apoyo de los vietnamitas. Con más éxito que la dictadura del Sur. Por tanto, la política triunfó sobre el poderío militar”.
Los estadounidenses entraron en Vietnam —como en muchos otros conflictos y crisis de la Guerra Fría—, para frenar el avance del bloque comunista por el mundo, fiel a la visión polarizada del globo que imperaba por entonces. También había un interés económico ligado al político, dado el relevante comercio de la región para E.U. La idea era “mantener el Pacífico abierto al capitalismo”, agregó Appy.
La lucha norvietnamita era mucho más convincente para los habitantes y tenía historial de siglos: Una larga búsqueda de independencia. Desde 1940, las hermanas Trung lideraron la primera insurrección moderna contra los chinos.
Luego los colonos fueron los japoneses, durante la Segunda Guerra Mundial. Después de esto, en los 50, y ya con Ho Chi Minh constituyendo sus guerrillas y proclamando una República independiente, los franceses los combatían al reclamar la que fue su colonia en el siglo XIX (Guerra de Indochina). En suma, la historia de insurrecciones y luchas contra invasores foráneos se remontaba incluso hasta el siglo XIII, cuando generales como Trang Hung Dao defendían con éxito un pasajero Imperio de Vietnam ante la invasión de ejércitos de hasta 300.000 mongoles.
La gente estaba harta de cualquier intervención, algo que supo aprovechar Minh. Sus milicias derrotaron a los franceses, que pidieron ayuda al aliado. Y allí entró E.U, en principio de forma tácita, en 1955, en parte desconociendo esta realidad.
“Había la sensación de que podíamos acabar allá y todos pensábamos que eso sería lo correcto. Nos enardecían las palabras de Kennedy: teníamos que pagar un precio por la libertad. Veíamos el comunismo como un dragón monolítico que controlaba el territorio eurasiático. No veíamos diferencia entre el comunismo chino y el soviético”, dijo el general Trainor sobre esos años.
Desde 1965 —año en que E.U. decide una guerra frontal—, hasta 1967, sus altos mandos tenían una buena sensación del combate, puesto que tras varias ofensivas exitosas tenían al Vietcong retrocediendo. De allí los norvietnamitas aprendieron varias lecciones que les ayudaron a cambiar el curso de la guerra, con tácticas renovadas:
Mantener el apoyo campesino con el adoctrinamiento. Ahondar en la construcción de túneles para contar con refugio y ser prácticamente indetectables. Pelear la guerra con paciencia y generar desgaste psicológico en el enemigo. Y por último, tal vez las dos más importantes: Evitar en lo posible el combate en campo abierto (aprovechar siempre la selva), y no permanecer mucho tiempo en una misma posición para eludir bombardeos.
Dos hechos golpearon la moral estadounidense de forma decisiva. El primero fue entre la maleza vietnamita, planeado por los túneles y la Ruta Ho Chi Minh, que extendió Vietnam del Norte por las vecinas Laos y Camboya para alcanzar el Sur: La Ofensiva del Tet. Para las fiestas del año nuevo lunar, el 30 de enero de 1968, fuerzas del Norte y del Vietcong, que durante meses se infiltraron por allí, sorprendieron al enemigo con una acometida por todo el territorio survietnamita y que llegó a estar a poco de tomar la Embajada de E.U. en Saigón.
El ataque fue repelido, pero demostró a E.U. que años de bombardeos en todo Vietnam no habían dado ningún resultado. “Muchos decían que debimos haber bombardeado el Norte hasta devolverlo a la Edad de Piedra, y en cierto modo eso tratamos de hacer, pero seguían luchando”, recalcó Trainor.
Semanas después tuvo lugar otro hecho que vaticinaba el ocaso de E.U, aunque ya por sus efectos para la opinión pública en Washington: La masacre de My Lai. El 16 de marzo de 1968 las tropas de E.U. lanzaron una operación en la región de Son My para la búsqueda de vietcongs. Al segundo teniente William Calley y su sección le fue asignada My Lai. Durante cuatro horas, Calley y sus hombres violaron a las mujeres y las niñas, mataron el ganado y prendieron fuego a las casas hasta dejar el poblado arrasado. Para terminar, reunieron a todos y los fusilaron. 504 muertos.
El hecho se conoció tras más de un año, el 20 de noviembre de 1969, con la publicación en Time, Life y Newsweek de las fotos tomadas por Ronald Haeberle ese día. De vuelta en E.U, incluso sin las fotos, se fortalecía un movimiento cultural y social que abogaba por la paz y se oponía rotundamente a lo que ocurría.
“Gran parte de los soldados también pertenecía a esa contracultura, y se percató de que la ciudadanía estadounidense era contraria al conflicto. Este factor influyó en la derrota, pero no fue decisivo. Fue la propia experiencia bélica la que desmoralizó a las tropas”, explicó Appy.
En ese tiempo turbulento, el creciente consumo de drogas fuertes y suaves evidenciaba esa ansia de olvidar la guerra aún estando en ella. “El uso de la heroína ha sido por momentos exagerado por las películas. La marihuana sí fue consumida de forma generalizada por los soldados en los últimos años del conflicto. Pero hay que ser claros: la droga fue solo un efecto y no una causa de la falta de compromiso de la tropa”, añadió.
Lo que aconteció, por tanto, el 30 de abril de 1975, estaba ya previsto desde el 71 por los políticos, que empezaron a retirar paulatinamente tropas de aquel infierno, mientras en sus discursos decían que todo iba bien. En verdad, como comprobó la historia, nunca una guerra fue tan traumática para una potencia que, desde entonces, mira con cuidado la jungla mientras escarba en fotos, filmes y libros de esos momentos aciagos.