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Un pupilo de la CIA astuto, sagaz, corrupto, violento y fuera del control de E.U. en sus últimos años fue el dictador Manuel Noriega, quien hoy sigue cumpliendo una condena de 60 años de prisión en su país natal (mientras enfrenta otros casos), y tras haber pasado décadas repartiendo su encierro en cárceles de E.U. y Francia.
Fue protegido y privilegiado por la inteligencia estadounidense durante los 60 y los 70, al convertirse en uno de los militares de la región que más colaboraba y conspiraba en contra de los odiados sandinistas de Nicaragua, e incluso de los cubanos. Tanto así, que recibía en su tiempo pagos de más de 200.000 dólares por sus funciones.
Hoy 20 de diciembre, hace 25 años, se marca el día histórico en que los panameños vivieron la peor de sus navidades, puesto que con un balance sangriento y considerado por muchos excesivo, E.U. invadía el istmo para dar fin a la tiranía que ellos mismos habían ayudado a crear.
James Aparicio se desempeñaba en diciembre del 89 como corresponsal en Panamá de la agencia France-Presse (AFP), y si bien para la noche del 19 de diciembre las tensiones entre su país y E.U. eran desbordadas, no creía, tal vez como el mismo Noriega, que asistiría a una contienda abrumadora en contra de la pequeña nación.
Ni él ni sus colegas de Efe, Lizeth Carrasco, Associated Press (AP), Eloy Aguilar (Q.E.P.D), y Notimex, Julio Olvera, pensaron que una fiesta para empezar a animar la Navidad terminaría dejándolos en el mismo frente de batalla y siendo los primeros en reportar los hechos al mundo.
“Ya habían frustrado dos intentos de golpe de Estado contra Noriega, en marzo del 88 y octubre del 89, e incluso pudieron entregarlo a los estadounidenses, algo que estos no permitieron en su momento. Lo que nos alertó el 19, primero, fue el sobrevuelo de un avión de reconocimiento Awacs de E.U. sobre Ciudad de Panamá, y comunicaciones reveladas por el Canal 2 que apuntaban a un nivel de máxima alerta de los norteamericanos”, relató a El Colombiano.
“Por este motivo decidimos ir a monitorear desde una distancia prudente las bases estadounidenses en la Zona del Canal, y nos sorprendió que parecían desoladas, no habían ni vigilantes, y estaban todos los soldados acuartelados. Nos trasladamos a la base de Clayton, 10 km al noreste del centro de la capital, muy cerca de las esclusas del Canal”, agregó.
“Antes de eso estábamos incluso comprando cerveza, porque creíamos que no iba a pasar nada. Y ya cuando nos íbamos a devolver comenzamos a ver helicópteros, vehículos, camiones y tanques de E.U. Estábamos absortos, pero decidimos trasladarnos en el carro a las oficinas nuestras en el centro. Discutimos por un momento y dijimos “bajémonos que nos van a matar”. En poco tiempo nos interceptan 30 soldados procedentes de la base Allbrook:
Nos tiran al piso, nos revisan, nos insultan. Nosotros les dijimos, “somos periodistas, miren nuestra identificación”.
Ellos responden “no pasen de aquí o se mueren, le vamos a patear el trasero a Noriega”.
Pocos días después, varios altavoces del Ejército de E.U. ponían música heavy metal alrededor de la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede en Panamá, donde se refugiaba el dictador. La idea era, de algún modo, forzar su entrega. El hecho es que antes de año nuevo, E.U. se llevaba derrocado a quien fuera su agente.
La operación había sido un completo éxito en términos militares, y E.U. probó novedades tecnológicas que le serían de gran importancia para la victoria poco después, en la Guerra del Golfo Pérsico. Entre ellas, el avión furtivo F117 “Nighthawk”, y el helicóptero de ataque AH64 “Apache”, entre otros.
“El poderío de E.U. combatía contra unas Fuerzas de Defensa de Panamá casi inexistentes, porque Noriega las desmembró a raíz de las intentonas golpistas. Entonces, ya eran milicias de civiles llamadas Batallones de la Dignidad, y algunas tropas en los cuarteles de Panamá la Vieja, Colón y Tinajita”, añadió Aparicio.
“Fue, sin duda, una ofensiva totalmente exagerada y desproporcionada. A Noriega lo podían agarrar en cualquier momento. Él andaba escoltado por una patrulla limitada y tres escoltas. ¡La cantidad de civiles que murieron!, de militares que pensaban que estaban defendiendo no al dictador sino a su país”, aseguró.
Guillermo Cochez, exembajador de Panamá en la Organización de Estados Americanos (OEA), era por entonces vicepresidente del Partido Demócrata Cristiano, principal fuerza opositora a Noriega, y había sido encarcelado, semanas antes de la invasión, por su activismo contra la dictadura.
Este explicó, en diálogo con El Colombiano, que fue una fecha en la que se dio fin a un cáncer que tenía enferma a Panamá, algo que siempre quiso, pero que fue hecho de una forma que no fue en ningún momento para celebrar:
“Para los panameños, esta fecha significa recordar un momento en que se acabó la dictadura, pero a un precio demasiado alto. Por intereses que no eran solamente encarcelar a Noriega. Hubo mucha destrucción, y certificadas, por lo menos 337 muertes. Para detener al dictador no era necesario que hubiesen hecho ese despliegue”.
Los argumentos del Ejército estadounidense para iniciar la invasión a Panamá, fueron: Proteger la vida de 35.000 ciudadanos estadounidenses que residían en Panamá (y más tras el asesinato del soldado estadounidense Robert Paz, en el barrio de El Chorrillo, el 16 de diciembre del 89); defender la democracia y los D.H. en dicho país; salvaguardar la integridad del Tratado Torrijos-Carter y el Canal; y por último combatir el narcotráfico.
Respecto a este punto, fue posteriormente documentada la colaboración cercana y cómplice de Noriega con el cartel de Medellín y el de Cali para narcotráfico y lavado de dinero. Este argumento, en un momento en que el mundo asistía al horror de los narcos, fue tal vez el que legitimó de mejor forma la invasión.
“Hoy Panamá es distinta, no es un paraíso de los capos de la droga”, advirtió Aparicio. “Somos uno de los países con más desarrollo en la región. Y aunque con el pasado gobierno de Ricardo Martinelli presenciamos un retroceso y una corrupción que nos acordó en algo de esas épocas nefastas, seguimos trabajando para no volver a una situación similar”, coincidió Cochez. Al fin y al cabo, los panameños no quieren vivir una navidad tan amarga como la del 89.