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“En A.L. la política es un obstáculo para la ciencia”

El científico ruso Zhorés Alférov, Premio Nobel de Física en el año 2000, aseguró a EL COLOMBIANO que la región no aprovecha su potencial.

  • Alférov participa en la política desde la disolución de la Unión Soviética, y ha obtenido, en tres ocasiones, curules en el Parlamento ruso representando al Partido Comunista. FOTO cortesía
    Alférov participa en la política desde la disolución de la Unión Soviética, y ha obtenido, en tres ocasiones, curules en el Parlamento ruso representando al Partido Comunista. FOTO cortesía
31 de agosto de 2015
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Tras décadas de iniciar su camino en la academia en la Unión Soviética, en tiempos en los que dos potencias dividían al mundo en torno a la carrera científica, espacial y bélica, Zhorés Alférov (Vitebsk, 1930), es tal vez el científico vivo más importante en Rusia.

Recibió el premio Nobel de Física en el año 2000 por su aporte a la creación de las modernas heteroestructuras en electrónica de alta frecuencia y EL COLOMBIANO tuvo la oportunidad de hablar con él en la Conferencia Mundial de la Ciencia, en Israel, sobre asuntos de actualidad académica, científica, e incluso política.

¿Por qué en Latinoamérica la ciencia y la educación no apalancan con suficiencia el desarrollo de la sociedad?

“Creo que hay dos problemas. Hay en la región una enorme cantidad de talento que no es aprovechado mediante la educación y la academia.

El otro factor es puramente político, ya que no hay voluntad en los líderes de la región para impulsar este aspecto. Hay gran parte de la población que tiene el potencial de enfocar su inteligencia al servicio de la ciencia, pero las instituciones no garantizan esto. En suma, se debe educar a los políticos. Deben comprender que la ciencia no es excluyente y que es el factor que impulsa el desarrollo de las naciones.

Por último, los entes que gestionan la investigación en países latinoamericanos tienen criterios más políticos que científicos, y esto interfiere con la labor de la academia. Uno de los problemas que hace casi imposible que este sector adquiera la relevancia que merece en A.L”.

¿Ha visto usted casos positivos en la región?

“En 1978 pasé meses dictando clases, junto a otros científicos extranjeros, en la Universidad Estatal de Campinas, porque los políticos tenían cierto interés en desarrollar la ciencia en el país, y hoy día vemos que dicha institución lidera el desarrollo y la investigación en Brasil. Eso demuestra que es cuestión de voluntad, en cualquier lugar.

En Europa, este asunto se vio muy claro con el milagro de Bielorrusia, un país que antes no creía en lo que podía brindarle la ciencia. Yo estuve presente, junto a otros científicos, ayudando a desarrollar la academia, y hoy día vemos cómo Minsk es un centro científico relevante en el mundo. Eso depende de la voluntad de los políticos, del camino que elijan seguir. La Unión Soviética era en su momento aliada de la investigación científica, y los estudiosos nos sentíamos acompañados, hecho por el que pudimos lograr tantos avances que el país aprovechó para su desarrollo tecnológico.

Yo veo la ciencia como una fuerza en movimiento, que sirve para el desarrollo de la humanidad en todos sus sentidos. Los políticos deben ser conscientes de esto. Recuerdo tal como me lo resumió un ministro saudita: “La Edad de Piedra no se acabó por déficit de piedra” (risas). Asimismo, la edad del petróleo no se acabará por falta de crudo. Es la investigación, el fomento de la ciencia, y el consecuente desarrollo de nuevas tecnologías lo que permitirá esto. Por eso es importante la interacción entre la comunidad científica y las instituciones políticas”.

Tras la caída del comunismo en Rusia (1990-91), ¿sintieron una merma en el apoyo a la investigación científica?

“Definitivamente. Soy desde 1987 el director del Instituto Físico - Técnico Ioffe para la investigación científica, y he presenciado distintas etapas del sistema soviético, que remontan incluso a los cincuenta y sesenta. En 1992, el presupuesto de mi instituto se redujo 30 veces respecto al que teníamos con el comunismo. Y desde entonces no se ha recuperado en su totalidad. Ahora, con respecto a los ochenta, diría que estamos con una cantidad de fondos tres veces menor a la que teníamos.

¿Qué significó esto? Desde 1989 hemos perdido muchas mentes, que han preferido irse a otros países o dejar de investigar. Hoy día la política rusa frente al tema es muy diferente, y estamos perdiendo la motivación, la disposición de trabajar. Yo tuve que salvar el instituto mediante la cooperación internacional. Yo formo parte de muchos organismos científicos y académicos mundiales, donde hice contactos que me ayudaron a seguir con mi labor mediante proyectos conjuntos. Pero hay una gran diferencia entre el sistema socialista soviético y el actual. Otrora tiempos la sociedad rusa se basaba en la ciencia, en el desarrollo tecnológico como motor del progreso de toda la nación. Era crear nuevas industrias y utilidades para la gente. Ahora mismo, la ciudadanía cree que no nos necesita, que nuestro papel de investigación es irrelevante. Pero seguro seremos necesarios (risas), dado que, tal como dije, la edad del petróleo tendrá un fin no porque se acabe el crudo, sino por nuestro trabajo”.

Enfocándonos en Rusia, ¿cómo ve la era Putin?

“Como le dije, es innegable que hay una notable recuperación, que todavía no llega a los niveles del sistema soviético, pero que nos sacó del bache en que estábamos durante los noventa. No obstante, como científico, debo decir que me preocupa bastante la clericalización que golpea a la sociedad rusa. Putin ha permitido la intromisión de la Iglesia en cada aspecto de la vida pública, pero en especial en la educación. La Constitución rusa establece, no obstante, que el país es secular y separa la religión del sistema educativo.

Ante lo que vemos en Europa y Medio Oriente, donde el odio religioso deja muertes reiteradas en distintos países, creemos que el gobierno ruso no puede permitir lo mismo. Se debe enseñar a los alumnos religión, pero no desde un punto de vista cerrado. Se les debe instruir de todas las religiones, para que puedan entender las diferencias entre las etnias del mundo y puedan construir una ética basada en tolerar a los demás. Este no parece ser el camino actualmente en Rusia”.

¿Cree en fomentar la ciencia desde la ciudadanía?

“Por supuesto. La forma más importante de hacerlo, en mi concepto, es centrarse en los niños. Está comprobado que los países con mejor educación son los que fomentan en el niño la curiosidad, la creatividad y la búsqueda de soluciones a problemas. En mi tiempo las carencias cumplían ese papel. Uno debía fabricarse su propia radio, sus propias máquinas. Eso lo va haciendo a uno científico.

El cambio en Latinoamérica vendrá desde esas nuevas generaciones, y, por tanto, ese es el camino que debe seguir el sistema educativo”.

¿Cuál es el reto principal para la ciencia en este momento en el mundo?

“Es una pregunta difícil. Muchas veces aparecen nuevos problemas, que devienen en descubrimientos considerables. ¿Qué es lo más importante ahora para la ciencia, en mi concepto? Tal vez me equivoque, pero creo que es garantizar que sus diferentes ramas resuelvan de forma integral los problemas que aquejan al planeta. En los límites entre distintas disciplinas se están viendo, además, los descubrimientos más novedosos.

Hay que dejar de pensar en un esquema rígido de física, química, biología, y se debe trascender ese pensamiento. Durante mi trabajo en la Universidad Electrotécnica de San Petersburgo, intenté implementar esa visión integral. Para mi trabajo de desarrollar modernas heteroestructuras tuve que combinar conocimientos de las matemáticas, física, informática, tecnologías de semiconductores, medicina, biología, entre otras. Es difícil, pero solo en la interacción de estas se logra la inventiva”.

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