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Un día después del miércoles más importante para Cuba, cuatro estudiantes de secundaria se están tomando fotos, esta mañana, en el parque de la calle Reina, cerca del Capitolio. Dos hombres y dos mujeres se disputan el turno para tener en sus manos el celular LG. Mientras tanto esperan la ruta de bus que los llevará al colegio. Las adolescentes tienen falda azul oscura y camisa azul clara, los jóvenes pantalón de dril y camisa.
Cecila, de 14 años, me dice que nunca ha tenido internet y menos en el llamado teléfono inteligente. “Pero Obama nos va mantener conectados”.
Y es que a un cubano, en promedio, una hora de servicio de internet le cuesta 10 CUC, cuando un empleado se gana, al mes, entre 15 y 25 CUC; es decir, entre 12 y 22 Euros.
Aún así, se las ingenian para ir a los hoteles y conectarse entre varios. Juan Domínguez, uno de esos jóvenes, se enteró en la tarde del miércoles, en el Centro Internacional de Negocios, que el mundo estaba sorprendido por la decisión de Raúl Castro y Barack Obama de restablecer las relaciones diplomáticas.
Su padre, un isleño afro, que habla tan rápido y duro como él, le pidió que buscara qué se decía en Miami sobre la noticia de que el gigante del norte se iba acercar, amistosamente, a Cuba.
“Lo dice El Herald, Univisión, todos los diarios, que esto es histórico, que ya vienen los cambios”, me asegura y fuma un cigarrillo H.Upmann en centro Habana, cerca del edificio de los masones.
A las 8 de la mañana lo recogerá un carro que lo llevará alguno de los hoteles de la ciudad, para conectarse al mundo y por ahí derecho vender el tiempo en la red, a menor precio, a otros cubanos.
Este jueves, desde muy temprano, los pioneritos (niños) ya están en las escuelas y también los miles y miles de trabajadores del Estado en las fábricas, restaurantes y hoteles.
En La Habana Vieja, Daniel González, estudiante universitario, dice que en Cuba hay alegría pero que la euforia vendrá en los próximos días cuando presenten en público a Gerardo, Ramón y Antonio. También porque ya se acabó la “guerra fría” en el Caribe.
Lo mismo asegura Margarita: “el partido va organizar un evento para recibir a nuestros héroes antiterroristas”: En El Vedado, cerca al malecón, donde está la oficina de intereses de los Estados Unidos, más cubanos madrugaron para hacer fila para alcanzar una cita y lograr la visa.
Alrededor de 300 personas, desde las 5 de la mañana, siguen esperando. Piensan que más rápido vendrá la aprobación para poder entrar al país vecino. Allá donde están sus hermanos, padres, primos, tíos, hijos, amigos, parientes, conocidos; todos cubanos que un día salieron de manera legal o en balsa y cruzaron las 90 millas.
“Vamos a ver, bueno, vamos a ver si esto por fin mejora”; expresa una cubana de unos 60 años, quien se esconde del sol con una sombrilla.
Donde sí hubo cantos, lágrimas, poemas, consignas y marchas, fue en la Ciudad Escolar Libertad del municipio de Marianao. En este segundo día de intenso sol, del frente frío, un maestro de escuela, de este complejo que un día fue una de las casas de Fulgencio Batista, recuerda que ayer, después de los discursos de Castro y Obama, salió con los estudiantes de secundaria a marchar por el campus.
Junto con los pioneritos recordaron la canción Mi Maestro de Polo Montañez. “Esto es un triunfo para Fidel que va a traer las mejores noticias para Cuba y Latinoamérica en 2015”, dijo otra profesora de los pioneritos.
En el campus, tan grande como la Universidad Nacional de Colombia, de escuelas, secundarias, institutos de música, danza y deporte, los pioneritos corren por las canchas. Otros tocan el triángulo y cantan.
Tres jóvenes, esbeltos, musculosos, trotan. Todos tienen el uniforme olímpico de Cuba. De vuelta a la céntrica zona de El Vedado, Claudia (nombre cambiado por solicitud), afirma que este cambio ya se venía venir por las decisiones de Raúl Castro.
Cuenta que fue trascendental que acabara con la reelección indefinida, luego que nombrara a un vicepresidente que no es de los héroes de la Sierra Maestra, que unificara la moneda, y que desde hace muchos años, al terminar sus discursos, no dijera “patria o muerte”.
“Es que Fidel se ocupó de la política internacional mientras se cerraban fábricas y los ingenios de azúcar. Ahora Raúl entendió, de manera muy inteligente, que había que empezar a recuperar el país y hacer cambios, paso a paso, que deben llevar a que las cosas mejoren”, me dice esta cubana sentada en una heladería de El Vedado.
Es firme creyente de que Cuba puede seguir siendo autónoma pero “como un país con social-socialismo como Vietnam y China; un poco más abierto, globalizado”.
Ahora, mientras el mundo se asoma de nuevo a la isla más grande el Caribe, y a su Plaza de la Revolución, en ella se observa una completa tranquilidad. A un lado está la imagen del Che, al otro la de Camilo Cienfuegos, en la mitad, la estatua de Martí.
Los Policías van y vienen, las guaguas, los carros de los 50, los ladas, algunos turistas. Y en el Centro de Prensa Internacional, cientos de llamadas se reciben cada hora, sobre todo de Estados Unidos: Desde The New York Times, FOX, la NBC y decenas de medios más, quieren venir a la capital cubana para presenciar el inicio del cambio que en estas calles empezó de una manera tranquila, un poco callada, expectante.
Todos buscan a los tres liberados, que posiblemente serán presentados mañana en la Asamblea Nacional de Cuba. También quieren recorrer las calles y avenidas por donde llegaron, un primero de enero 1959, los que hicieron una revolución comunista en las barbas del país más poderoso del mundo.
O ver si han servido los cambios graduales que introdujo el hermano de Fidel Castro, o dónde está el hombre que gobernó la isla por más de 50 años, ese que fue amigo de Ernest Hemingway, que puso contra las cuerdas a más de 10 presidentes de Estados Unidos; que se echaba discursos de más de tres horas contra el imperialismo y el neoliberalismo. Ese que después de tanto pelear, y quedar en medio de los dos países más poderosos del mundo, E.U y Rusia, se va a morir de viejo en algún punto de esta ciudad que mira, por todos lados, hacia el territorio donde vivían sus peores enemigos.