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El movimiento social que reclama reformas democráticas en Hong Kong y que desde hace dos meses mantiene a miles de personas protestando en las calles, se debilita y está en riesgo de perder la carrera de resistencia frente a la posición inamovible del Gobierno comunista de no conceder más autonomía política.
La reciente señal de esta situación es el desalojo del barrio Mong Kok, una las tres zonas tomadas por miles de protestantes que exigen elecciones libres del jefe de gobierno local en 2017, sin el límite de tres candidatos designados por el Partido Comunista Chino.
Eliminar barricadas y expulsar a manifestantes les tomó dos días a 4.000 policías, en medio de enfrentamientos y gases lacrimógenos. El resultado: policías y civiles heridos y la detención de unas 200 personas, entre ellos los líderes estudiantiles Joshua Wong y Lester Shum.
Wong, de 18 años y líder del grupo Scholarism, se convirtió en símbolo desde el inicio de las protestas (28 de septiembre) y tiene reconocimiento internacional desde que fue portada de la revista Time.
Pero el activismo de Wong, quien arenga que “el pueblo no debe temer a su gobierno, el gobierno debe temer a su pueblo”, y de otras organizaciones aún no logran los cambios políticos.
A pesar de movilizar a las calles a casi 150.000 personas hace dos meses, ese número disminuyó por el cansancio de los protestantes y la molestia del resto de población afectada por bloqueos y disturbios. Eso motivó la demanda de ocupación de sitios públicos, que derivó en la orden judicial de desalojos esta semana.
Lina Luna, experta en Asia de la Universidad Externado de Colombia y de Barcelona, considera que lo más probable es que el movimiento social termine “debilitándose” frente a la posición férrea del Gobierno.
“Fue China la que instauró el sistema democrático en Hong Kong una vez fue devuelta por los británicos en 1997. Antes no había democracia. Pero fue determinante la cláusula en la que se establecía que China haría la transición de 50 años hasta la soberanía total sobre la isla en 2047, bajo el principio un país, dos sistemas”, explica. Su análisis hace referencia a una región semiautónoma, de economía capitalista y gobernada bajo el autoritario gobierno del gigante comunista.
Luna agrega que “el Gobierno permitió protestas por tiempo corto, pero desde el principio indicó que no cedería”. Además, enfatiza que aunque “las protestas han llamado la atención del mundo, China está acostumbrada a la propaganda negativa de Occidente y nunca ha cedido al respecto”.
Con ella coincide Eduardo Pastrana, director del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Javieriana. “China mantiene su posición sólida de no permitir estas aventuras democráticas occidentales que desestabilicen su control político, pero por su nuevo rol como potencia mundial no va a recurrir a la represión violenta como en Tiananmén (1989). Todo indica que las protestas cederán ante el desgaste”. La frustración de quienes exigen reformas provoca llamados a pasar de la protesta a acciones de fuerza, como tomarse los edificios públicos.