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El acuerdo de Cuba y E.U. de restablecer relaciones, hecho que distintos analistas perfilan como el inicio de la construcción de nuevo Orden Mundial y en donde se derribó el último muro de la Guerra Fría, fue en su mayor parte forjado en los amplios salones del Vaticano y en los cafés del centro de Roma.
La diplomacia tuvo su momento triunfal para escribir la historia, y, en ella, fue crucial la mediación oportuna del líder de la Iglesia, el Papa Francisco.
El Papa latinoamericano jugó un rol clave para destrabar un asunto de rencores que pasaban de medio siglo. Es claro que con su carisma se impulsó un proceso que despertó asombro en los extremistas de bando y bando. Radicales tanto derechistas como izquierdistas, sin ningún interés por la paz y la unidad mundial.
Ni la mediación ni el proceso fue asunto de pocos días, así el inicio del desmonte del muro invisible que separa la isla comunista de los cayos capitalistas de la Florida haya tomado al mundo por sorpresa. Con esta última jugada magistral de la diplomacia, que unió lo irreconciliable, abordamos el papel que jugó el Vaticano en esta y otras coyunturas históricas.
Lo del Papa Francisco parece no tener precedentes. Si algo es claro es que nunca un Papa fue tan decisivo en los tiempos modernos para la resolución de un asunto de interés mundial. No obstante, un papel similar han jugado sus predecesores en otros asuntos.
“El Vaticano, en los últimos 40 años, siempre se ha interesado por la resolución de conflictos, y en algunos casos, concretamente por la mediación. Los casos más relevantes son el del Conflicto del Beagle entre Chile y Argentina (1978), la Revolución Polaca, y por último la Caída del Muro de Berlín (1989)”, explicó a El Colombiano el teólogo José Manuel Vidal, director del portal Religión Digital y corresponsal de El Mundo de España.
“En cuanto al primer caso, el Papa Juan Pablo II logró que, desde 1978 a 1983, y mediante la diplomacia del Cardenal Antonio Samoré -apodado el Kissinger del Vaticano-, se evitara la guerra entre ambas naciones sudamericanas y se pudiera negociar una solución pacífica a la disputa”, agregó.
La vital mediación llevó, incluso, a que fuera Roma el lugar escogido para que se firmara el Tratado de Paz y Amistad del 29 de noviembre de 1984 entre Argentina y Chile, acuerdo que se mantiene hasta la actualidad.
Sobre la Revolución Polaca de 1989, una de tantas que tuvieron lugar en Europa del Este, conocidas como el Otoño de las Naciones, y golpes mortales para la Cortina de Hierro, la Iglesia Católica jugó un papel clave en esta, liderada por un Juan Pablo II que añoraba la libertad para el país del que provenía. No tanto mediando, pero sí ejerciendo presión y activismo por mayores libertades y democracia.
Para Slawomir Ratajski, exembajador de Polonia en Argentina, la sola elección de un Pontífice polaco ponía a temblar los cimientos de un gobierno ateo. Máxime si se le llamaba, en su país, el “hermano del pueblo”, por su sencillez y humildad.
“La gente se alegraba, despertando una esperanza impensada; las autoridades comunistas callaban. No sabían qué hacer con esa noticia, cómo comportarse ante esta situación nueva; esperaban las indicaciones del Gran Hermano del Este. La situación era por demás embarazosa: evidenciaba palmariamente la paradoja de un gobierno ateo y un pueblo católico”, escribió en su artículo titulado “La influencia del Papa sobre los cambios políticos de Polonia”.
“En realidad, fue un verdadero sismo, una clara amenaza para todo el sistema y así lo percibían los gobernantes del Kremlin. Parecía un chiste malévolo: ¡el mayor logro del comunismo polaco había sido la preparación de un nuevo Papa para el mundo!”, sentenció.
Las palabras de Ratajski no son exageradas. Tras la primera visita del Papa a su país natal en 1979, la implicación de la Iglesia en los cambios políticos que tendría gradualmente Polonia incrementaron exponencialmente.
Prueba de esto es Solidarnosc, el sindicato que haría luego presidente, en mayo del 90, a Lech Walesa, su principal líder, y que fue clave para iniciar la transición democrática el 24 de agosto de 1989.
Uno de los héroes de Solidarnosc fue el cura Jerzy Popiełuszko, uno de tantos otros que apoyaron el movimiento prodemocracia, famoso por sus sermones transmitidos a toda Polonia por Radio Free Europe, donde expresó sus ideas contra el régimen. Por su oposición fue encarcelado en 1983, pero pronto liberado por la mediación del clero.
El servicio secreto comunista (Służba Bezpieczeństwa), no demoró en asesinarlo el 19 de octubre de 1984, cuando tres agentes lo golpearon y, aún vivo, lo lanzaron al río Vístula amarrado de sacos para que no saliera a la superficie. 250.000 polacos asistieron a su funeral, incluyendo a Wałęsa, que, 6 años después sería electo presidente con el retorno de la democracia.
Lo de Polonia era solo el principio. En la misma década de los 80 el activismo democrático empezaba a imponerse al este de la Cortina de Hierro, en naciones como Hungría, Alemania Oriental (RDA), Checoslováquia y Rumania. Juan Pablo II era muy consciente de estas convulsiones y sabía que el fin del bloque comunista estaba cerca. Por eso, no escatimó esfuerzos.
“El Papa no se sorprendió por la caída del Muro de Berlín”, sentenció sobre dicha coyuntura el director de la Sala de Prensa del Vaticano durante más de 20 años, Manuel Valls. “Fue curioso, parecía como que él ya se lo esperaba. Entraba esta posibilidad plenamente en su modo de pensar y para él casi no era una noticia”, agregó al diario La Razón, de México.
Valls explicó que la sorpresa estuvo en la fecha, ya que la pared cayó 10 años después de la primera visita apostólica de Karol Wojtyla a su país en 1979. Durante toda esa década, Juan Pablo II realizó contactos en todas las otras naciones comunistas, incluyendo la Unión Soviética, donde se entendió muy bien con una de las caras de ese cambio, Mikhail Gorbachov.
El líder ruso fue el mismo que, en 1989, año de la caída de ese Muro simbólico que dividía a los europeos, le envió una misiva sentida en la que enumeraba cada una de las frases que el Papa había dejado para la historia en sus discursos y en contra de la absurda separación de Europa.
“Juan Pablo II entendía muy bien que el error de base en ese comunismo real era de una visión errada del hombre: ese humano nuevo que la doctrina quería crear era un mito. Esto fue una cosa sorprendente también a nivel de las Cancillerías europeas”, concluyó Valls.
Para Vidal, “así no haya jugado un papel directo, al Papa Juan Pablo II, por su cercanía y por la diplomacia que realizó con Ronald Reagan y con Gorbachov, le llaman “el Pontífice que tumbó el Muro de Berlín”.
En lo que fue, sin duda, el suceso más importante de esta semana, y, para muchos expertos, del año, otro muro de la Guerra Fría cayó, ya en las Américas, y 25 años después.
Obama aseguró, en un discurso que observaba el mundo entero: “Quiero agradecer a Su Santidad el Papa Francisco, quien con su ejemplo moral nos muestra la importancia de buscar un mundo como debe ser, en vez de simplemente conformarnos con el mundo que tenemos”.
Sus palabras no son descabelladas, la mediación del Vaticano para dar fin a esta ya absurda disputa, estancada en la historia de la Guerra Fría, se centró incluso en resolver los puntos que eran más relevantes en su actualidad.
“Su Santidad hizo un llamado personal al presidente cubano, Raúl Castro, y a mí, urgiéndonos resolver tanto el caso del preso estadounidense Alan Gross, como el de tres agentes cubanos que llevaban encarcelados en E.U. más de 15 años”, agregó Obama.
“Puede que el Vaticano haya ayudado a resolver disputas en la historia reciente, pero nunca un Papa había sido tan decisivo, ni se había involucrado tanto en la coyuntura mundial. El Papa Francisco introdujo una nueva política exterior, que es eliminar la cultura del descarte. Hay que tender puentes en todos los conflictos. Y la novedad es que él mismo interviene y pone en manos de países contrarios toda la diplomacia vaticana”, explicó Vidal.
“José Olimpo Suárez, filósofo y docente de ciencias políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana, coincidió en diálogo con El Colombiano: “El Vaticano de hoy, gracias al Papa Francisco, es uno de los actores más decisivos del mundo, liderando posibilidades de paz y de aflojar las trabas del poder global”.