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La vida y la muerte treinta años después de Chernóbil

  • Este es el sarcófago que cubre el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil. FOTO: REUTERS
    Este es el sarcófago que cubre el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil. FOTO: REUTERS
  • Un trabajador de la central nuclear de Chernóbil. FOTO: REUTERS
    Un trabajador de la central nuclear de Chernóbil. FOTO: REUTERS
  • Los helicópteros soviéticos que intentaron contener la radiación que se escapaba del núcleo. FOTO: ARCHIVO COLPRENSA
    Los helicópteros soviéticos que intentaron contener la radiación que se escapaba del núcleo. FOTO: ARCHIVO COLPRENSA
  • Un agente de tránsito controla la entrada a la zona restringida de Chernóbil. FOTO: REUTERS
    Un agente de tránsito controla la entrada a la zona restringida de Chernóbil. FOTO: REUTERS
25 de abril de 2016
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En Chernóbil, el paso del tiempo ha hecho de las suyas. No hay un solo rincón en toda la ciudad que la maleza y los pinos no hayan invadido. Cada centímetro de creación humana o de naturaleza está cubierto por una capa espesa de polvo. Las raíces levantaron los suelos. La humedad se comió el color de las paredes. La corrosión acabó con la rueda Chicago del viejo parque de diversiones. Y en el patio de la escuela hay un cementerio de máscaras de gas que no fueron suficientes para frenar los efectos de la radiación.

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En otoño, cuando caen las hojas de los pinos que se están comiendo la ciudad, las panorámicas de Pripiát parecen fotografías a blanco y negro. Y en contra de todos los pronósticos -la zona está “envenenada” por partículas subatómicas radioactivas que tardarán miles de años en desaparecer-, sí hay quién tome esas fotografías.

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Cada año, 10.000 turistas visitan Pripiát, al norte de Ucrania, la urbe soviética que fue abandonada hace treinta años tras una descomunal explosión en la planta nuclear de Chernóbil. Hace tres décadas, hasta los fantasmas huyeron de la ciudad modelo donde vivían cerca de 50.000 personas. Y aunque el tiempo cubrió todo de polvo, también guardó los vestigios del régimen comunista más importante de la historia.

Con cámara en mano, los extranjeros llegan a Pripiát para tomarse fotos junto a los retratos de Lenin y Stalin, que están desperdigados por toda la ciudad. La visita no puede exceder los límites de tiempo que exigen las autoridades, que en la zona cercana al lugar donde ocurrió la explosión es de solo 10 minutos.

Por precaución los turistas no usan pantalones cortos ni sandalias, y al salir de la franja de exclusión (30 kilómetros a la redonda de Chernóbil) los examina un radiómetro y deben dejar su ropa allí en caso de que esté contaminada. Las agencias de viajes ucranianas lo llaman “turismo radioactivo”.

¿Qué pasó hace 30 años?

El 26 de abril de 1986, una explosión en la central nuclear de Chernóbil liberó la radiación equivalente a 500 bombas atómicas como la de Hiroshima.

Ese día, los trabajadores de la planta programaron una prueba, en la que se simulaba un corte de energía, para aumentar la seguridad de la central. La idea era averiguar cuánto tiempo más seguiría funcionando la turbina de vapor -encargada de la refrigeración del reactor- si se perdía el suministro de energía eléctrica.

Esta prueba se realizó satisfactoriamente en 3 de los 4 reactores de la planta. Pero entonces, la potencia del reactor 4 bajó súbitamente del 50 al 1 % y los operadores desconectaron el sistema para controlarlo manualmente, lo que suponía una violación a las normas del Reglamento de Seguridad Nuclear de la Unión Soviética.

El vapor se condensó en el núcleo y a la 1:23 de la mañana estalló por sobrepresión. La central expulsó al exterior ocho toneladas de combustible radioactivo y provocó un gigantesco incendio, que esparció dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, circonio y grafito por casi toda Europa. Dos personas murieron en el lugar de la explosión y otras 28 -entre bomberos y operadores de la planta- fallecieron en el primer mes como consecuencia de la exposición directa a 6.000 mSv de radiación.

Los primeros en advertir al mundo del accidente fueron los suecos, que encontraron partículas radioactivas un día después de la explosión en la ropa de los trabajadores de la central nuclear de Forsmark, a unos 1.100 kilómetros de Chernóbil. Mientras tanto, los 50.000 habitantes de Prípiat, la ciudad más próxima a la planta de energía, permanecían encerrados en sus casas sin tener idea de lo que estaba ocurriendo.

La evacuación

Pripiát fue fundada en 1970 para ser el hogar de los trabajadores de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, más conocida como Chernóbil. Ubicada a 130 kilómetros al norte de Kiev, la capital ucraniana, Pripiát era la ciudad ideal del urbanismo soviético: moderna, autosostenible y alejada del tráfico que ya entonces caracterizaba a las ciudades norteamericanas.

Tres días después de la explosión, 1.200 buses desfilaron por la avenida Lenin y desalojaron en tres horas y media a los 50.000 habitantes de Prípiat. El gobierno soviético les dijo que era una evacuación temporal y preventiva y que en unos pocos días estarían de vuelta en sus casas, sin embargo, hoy, 30 años después, sus casa siguen deshabitadas y con los objetos tal como los dejaron.

Al mismo tiempo, los helicópteros del ejército arrojaron toneladas de una mezcla de arena, arcilla, plomo, dolomita y boro que pretendía evitar una reacción en cadena. El núcleo, que ardía al rojo vivo, alcanzaba una temperatura de 2.500 grados centígrados.

Todas las personas en un radio de 30 kilómetros alrededor de la planta nuclear -alrededor 116.000- fueron reubicadas en asentamientos temporales cercanos a Kiev. En 36 horas, los habitantes de la zona recibieron una dosis de radiación de 350 mSv, al igual que los 200.000 liquidadores que trabajaron limpiando la zona evacuada entre 1986 y 1987.

En Chernóbil, los días se volvieron años y los años sumaron tres décadas. Las autoridades instalaron un inmenso sarcófago que cubre el reactor 4 para evitar el escape de más material radioactivo. Los animales salvajes como lobos, caballos, linces, alces y jabalíes aprovecharon la ausencia de los humanos para instalarse a sus anchas en el bosque. Prípiat, finalmente, se convirtió en una ciudad fantasma. O casi.

Aunque no hay una cifra exacta, se cree que entre 200 y 300 personas regresaron a la zona de exclusión después del accidente y aún viven allí en pequeñas cabañas donde siembran sus propios alimentos. Los llaman ‘samosely’. Muchos han muerto, pero otros han llegado a viejos sin sufrir aparentemente ninguna enfermedad. Incluso, en 1999, Lydia Sovenko, una mujer de 46 años que vivía en el radio de 30 kilómetros alrededor de Chernóbil, dio a luz a una niña sana que creció sin problemas en la zona de exclusión.

Pero cuando el último de los 50.000 muera ya no quedará nadie que haya vivido en Prípiat, y muy pocos se acordarán de la ciudad que alguna vez fue ejemplo de bonanza y prosperidad.

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