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Como temiendo la destrucción, el sol se ocultó en Mosul desde octubre. Gigantescas nubes de esmog tienen en la penumbra a la segunda ciudad más grande de Irak, y los días de dos millones de habitantes transcurren entre huir, esquivar ataques y cubrirse de esa niebla tóxica, una mezcla entre petróleo y azufre que el Estado Islámico ha quemado para contener a un séquito de ejércitos que lo persiguen.
“La liberación de Mosul”, el lema del gobierno iraquí y de la Coalición Internacional para penetrar el bastión del grupo terrorista y “despejarlo” de su presencia, ha costado más que un millón de desplazamientos y la misma cantidad de personas sin acceso a agua. En esa urbe, el aire es otra arma más.
En dos meses de invasión, miembros del EI han incendiado 19 pozos de petróleo como parte de una política para castigar a los residentes de áreas liberadas. Asimismo, quemaron pilas de azufre en una fábrica al norte de la localidad de Qayarrah, ubicada en el eje principal de las tropas iraquíes.
El humo blanco de la planta se mezcló con el smog negro del petróleo, produciendo una nube de gases nocivos que recorre kilómetros. Según reporta el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), más de 1.000 personas han sido tratadas por problemas respiratorios, y el 23 de octubre pasado se contaminó una importante fuente de agua.
Además, el ejército de Estados Unidos advirtió que los terroristas cavaron trincheras alrededor de Mosul y las rebosaron de petróleo, que encenderán cuando las tropas iraquíes se aproximen. A lo anterior, se suma el temor de que EI haga uso de antiguas reservas de gas mostaza cuando los soldados entren al centro de la ciudad.
“Este ecocidio en curso es una receta para un desastre prolongado. Hace que las condiciones de vida sean peligrosas y miserables, si no imposibles. Impulsará a innumerables personas para unirse a la población mundial sin precedentes de refugiados. Es por eso que el medio ambiente debe situarse en el centro de la respuesta a las crisis, la prevención de conflictos y la resolución de conflictos”, denunció Erik Solheim, director del Pnuma.
En Mosul todo está cubierto de petróleo y azufre: las personas, los campos de alimentos, las ovejas, las alcantarillas y las aguas que alimentan al río Tigris.
Muralee Thummarukudy, investigador del grupo de Posconflicto y Desastres Naturales del Pnuma, explica que la quema de estos compuestos (hidrocarburos y óxidos de azufre) se van a la atmósfera como monóxido y dióxido de carbono.
“Estos componentes tienen impactos físicos y químicos en personas, animales, plantas e infraestructura. Además de hacer que el hidrocarburo parcialmente quemado caiga como hollín en una gran área, las partículas y gases pueden exacerbar el asma y otras condiciones de respiración que las personas están sufriendo”, detalla el experto.
La situación se agrava con la falta de infraestructura médica, producto de los desplazamientos y de los incesantes enfrentamientos entre las tropas y los terroristas. De acuerdo con Erin Kenney, coordinadora de Ataques a la Salud en la OMS, en el último año hubo 43 ataques a personal o infraestructura médica en Irak.
“Somos testigos de un aumento horroroso de falta de respeto por la asistencia sanitaria. Mientras los pacientes están en sus camas, doctores, enfermeras y conductores de ambulancias son intimidados o atacados, sus los hospitales son bombardeados, poniéndolos en riesgo a ellos y privando a las otras víctimas de una ayuda cuando más la necesitan”, relata.