viernes
7 y 9
7 y 9
Al consultorio de Rick Manning, en el hospital Cure de Kabul, Afganistán, llegó en 2014 una mujer de 45 años con una dolencia que soportó la mitad de su vida.
La espera por la partera de su comunidad y las enormes distancias para llegar a un hospital en 1989, cuando dio a luz por primera vez, le provocaron una hemorragia extensa y una laceración que nunca atendió.
Días después del nacimiento, la mujer perdió el control de sus esfínteres y vestidos y cama terminaban encharcados; sus piernas y genitales se llenaron de dolorosas quemaduras, mientras el mal olor que desprendía terminaron por arrinconarla de familia y vecinos.
Por más de dos décadas soportó este mal sin saber su nombre, aunque algunos de los que la rodeaban la llamaban ‘mujer rota’. No obstante, para Manninf, coordinador de incontinencia fecal en este hospital especializado en salud materna, el diagnóstico era evidente. Según le explicó a EL COLOMBIANO, su examen físico reveló una laceración de grado cuarto con cicatrización severa y gran desgarro en el recto.
El parto prolongado había producido una lesión llamada fístula obstétrica. La masa ósea de su pelvis quedó comprimida por el cráneo del niño, y la falta de irrigación sanguínea en esta zona produjo la muerte de los tejidos, generándose así un orificio, o fístula, entre su vagina, su intestino y su vejiga, que impidieron controlar la eliminación de desechos líquidos y de heces fecales.
Aunque estaba resignada a que no había cura, los médicos de Cure le practicaron una cirugía, que de haberse realizado 25 años atrás, le hubieran evitado el sufrimiento y la discriminación. Sin embargo, dice Manninf, “la pobreza, la corrupción gubernamental y los conflictos armados han dificultado el acceso a salud materna en Afganistán y, por lo tanto, han hecho comunes los casos de fístula”.
Mientras en Colombia el 95 y el 98 % de los partos se realizan en instituciones de salud, de acuerdo con la Fundación Fístula, Afganistán es considerado “uno de los peores lugares del mundo para dar a luz”. En ese país de Medio Oriente la llegada de un bebé se relaciona con frecuencia con muerte, ya que cada 30 minutos una mujer fallece durante el parto, y por cada una de ellas sobreviven 20 con fístula obstétrica.
La situación se agrava con décadas de inestabilidad, que han dejado sin infraestructura de salud a los afganos y que, bajo un régimen talibán, han convertido en ley prohibir que las madres reciban tratamiento de médicos varones.
“Muchas enfermedades quedan sin tratar y los nacimientos se realizan casi siempre en el hogar, sin personal calificado presente”, detalla Kate Grant, directora de la Fundación Fístula, y agrega que el problema es común para 2 millones de mujeres en el mundo, sobre todo en África Subsahariana y Asia, aunque también en Haití.
Así se refirió al tema Malena Tangu, directora en África de Direct Relief, una organización médica que lleva campamentos de atención a mujeres con fístula obstétrica, y en donde, dice, “sin importar el país de origen, se vuelve común encontrar a mujeres que experimentaron el mal por décadas, que viajaron distancias muy largas para encontrar un tratamiento y que cuando son operadas y vuelven a estar secas, sienten recuperada su dignidad”.
A la pobreza como factor de riesgo se suman otros que obstaculizan el acceso a servicios de salud para evitar la fístula obstétrica. “La desnutrición, la maternidad temprana y la discriminación de género están vinculados entre sí como causas fundamentales”, advierte Darcy Allen, analista técnica en el tema de fístula para el Fondo de Poblaciones de las Naciones Unidas (Unfpa).
De acuerdo con la experta, la desigualdad de género en muchas comunidades conduce a que las mujeres no tengan el poder de elegir el momento de comenzar a procrear, e iniciar la maternidad antes de que la pelvis está desarrollada por completo, así como la desnutrición, la baja estatura y en general las condiciones pobres de salud, prolongan los nacimientos y contribuyen a la obstrucción del parto.
Según explica, estas consecuencias a menudo contribuyen a una disminución de la salud, llevando a su muerte temprana y, a veces, al suicidio.
Para ellas el sufrimiento físico es comparable con el psicológico. Según Allen, el olor que expelen estas mujeres, combinado con las percepciones erróneas sobre su causa, a menudo resultan en estigma y ostracismo. “Muchas son abandonadas por sus maridos y familias. Pueden encontrar dificultades para obtener ingresos, profundizando así su pobreza, y su aislamiento puede afectar su salud mental”, apunta.
Si bien el costo de la cirugía para corregir el padecimiento no supera los 586 dólares, las barreras de acceso a la salud lo perpetúan innecesariamente. Por eso, concluye Allen, hoy 23 de mayo, Día Internacional contra la Fístula Obstétrica, la petición es que “si la fístula pudo ser eliminada en los entornos más ricos, con algo de voluntad sucedería lo mismo en el resto del mundo”.