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“No quiero morir”, escribió en su diario el pasado 15 de noviembre el viajero estadounidense de 27 años John Chau. Su biblia estaba atravesada por una flecha, pero él estaba intacto. Una carrera a nado hasta la balsa le había permitido escapar del ataque de los isleños. Tras recomponerse de la agitación, Chau escribió en su diario: “He sido muy amable con ellos, ¿por qué están enfadados conmigo? Mañana regreso. Rezaré porque todo vaya bien”. Fue su última anotación.
Al día siguiente los pescadores a los que había pagado volvieron a acercarlo ilegalmente a North Sentinel, la isla ubicada en el Océano Índico y considerada como el último territorio del mundo cuyos habitantes siguen viviendo en la edad de piedra. Se trata de un aislamiento protegido por el gobierno de India, que regenta la isla, el cual castiga con cárcel a quien se acerque a 5 kilómetros a la redonda.
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Chau bajó del barco y remó solo en una balsa hasta la playa. Una vez en tierra, como el día anterior, gritó: “Mi nombre es John. ¡Los quiero y Jesús los ama!”. Esta vez las flechas no esquivaron su cuerpo.
La última imagen que los pescadores vieron cuando dieron la vuelta a la embarcación hacia Port Blair, la capital del archipiélago de Andamán, fue a Chau avanzando a pesar de sus heridas hacia los isleños, con la biblia agujereada en la mano.
Aquí está ubicada la isla:
El último ‘nuevo mundo’
Hubo una época en el que los más audaces podían subir a un barco en busca de una población no contactada y convertirse en pequeños dioses que llevaban la civilización. Sus regalos –el fuego, las armas, la moneda–, pero también las enfermedades, significaban sentencias de muerte para las comunidades.
Es una era que ya no existe. En el siglo XXI las tribus perdidas de la tierra se han agotado. Según el Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (Iwgia), aunque no hay una cifra exacta, se estima que solo quedan unas 100 comunidades genuinamente aisladas en la actualidad; ajenas a conceptos como basura, Internet e incluso homicidio.
Es el caso de los habitantes de North Sentinel, quienes aunque bajo la protección de la India no son considerados ciudadanos, no existen jurídicamente y no pueden ser juzgados por un asesinato. Según los antropólogos provendrían de una migración desde África desde hace más de 60.000 años.
Probablemente, sean la cultura que más tiempo ha conseguido permanecer fuera del mundo como lo conocemos, en parte por su voluntad y en parte por la geografía: alrededor de la isla hay una muralla de coral que la hace prácticamente inaccesible para los barcos 10 de los 12 meses del año.
A pesar de su antigüedad, previa incluso a la civilización india, la consciencia del resto del mundo de la existencia de los Sentineleses es mucho más reciente. La primera mención registrada es de 1771, cuando Diligent, un buque de reconocimiento hidrográfico de la Compañía de las Indias Orientales pasó cerca a la costa de la isla y registró el avistamiento de “una multitud de luces” sobre la costa.
Pronto, los exploradores vieron en la isla un objetivo. Durante la época colonial de la India, el Reino Unido emprendió varias misiones con el fin de contactar a los nativos. La mayoría terminaron con muerte: los extranjeros atravesados por flechas y los Sentineleses infectados por alguna enfermedad para la que no estaba preparado su sistema inmunológico.
Tras la independencia de India, en 1947, estas expediciones continuaron. En 1974, como registra el historiador Adam Goodheart, llegó a la costa de North Sentinel un equipo de filmación de un documental, en colaboración con National Geographic, cuyo título parecía resumir el impulso que medio siglo después seguiría John Chau: “Hombre en busca del hombre”.
El equipo intentó ganarse la amistad de los habitantes de la isla con regalos de lo más variado: un automóvil plástico en miniatura, un cerdo vivo, una muñeca infantil y utensilios de cocina. La respuesta fue la misma: una lluvia de flechas.
Daniel Aristizábal, encargado de comunidades aisladas en la ONG Amazon Conservation Team, explica que las causas del enojo están en la historia: “Los pueblos no se aíslan porque sí, generalmente hay un antecedente de violencia o dominación que los lleva a rechazar el contacto”.
En el caso de North Sentinel, hay una excepción a este rechazo a los foráneos. En 1991 el explorador Triloknath Pandit estableció el único contacto amistoso registrado hasta el momento. Por primera vez, los isleños los recibieron con cestas en lugar de arcos y pudieron fotografiarlos de cerca.
A pesar de su logro, el explorador no escapó a la nostalgia. Cuando vio a uno de los isleños sosteniendo una bandera India, completamente ajeno a su significado, sintió que presenciaba un quiebre en una historia muy anterior a él. Vio a los Sentineleses como héroes que llevaban milenios resistiendo a la presión del exterior por contactarlos. Héroes que se habían rendido.
Hombre busca al hombre
No se sabe si los Sentineleses tienen ritos funerarios, pero el cuerpo de John Chau yace enterrado en la playa de la isla. 12 años antes, cuando dos pescadores encallaron accidentalmente allí al ser arrastrados por la corriente, también fueron sepultados por los indígenas que los mataron.
Los habitantes tienen sus propios ritos. Convicciones igual de profundas que las de John Chau, cuya acción temeraria ha impactado a muchos de sus conocidos. Katey Webb, una de sus compañeras en el colegio, contó a EL COLOMBIANO que se siente inspirada por “la forma que eligió John de seguir a Cristo”.
Chau es un heredero del mandato de Jesús, “Id y evangelizad el mundo”, que en los últimos dos milenios ha marcado hitos de la historia como la conquista de América.
Una orden, que como explica el vaticanólogo Hernán Olano es intrínseca al cristianismo, pero se ha revaluado en los últimos años ante la aceptación de varios países como India y Colombia del derecho de determinación de los pueblos que eligen no establecer relaciones con otros, ni adaptarse a sus costumbres.
¿Se debe honrar esa decisión incluso cuando ocurren desastres naturales y epidemias? ¿Habría que estar dispuestos a dejarlos morir solos? Es una libertad difícil de respetar, siempre transgredida en el hiperconectado Siglo XXI, y que sigue chocando con la convicción de los misioneros de llegar el fín del mundo. A veces para morir en él.