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La imagen de un hombre, un descendiente del mono, cazando una ballena –la única criatura que por su inmensidad no puede ser pintada, según Moby Dick– no es únicamente un motivo literario. Para el gobierno de Japón es una práctica comercial que retomará a partir de julio del próximo año, según anunció ayer.
La decisión aplicará en sus aguas territoriales y en la zona económica exclusiva e implicará su salida de la Comisión Ballenera Internacional (CBI). De esta forma, Japón rompe con un consenso alcanzado hace 30 años y respetado por otros 88 países, entre ellos Colombia, de restringir la caza por propósitos científicos.
El argumento, sin embargo, parece ser más simbólico que económico, pues actualmente solo el 0,1 % de toda la carne vendida en Japón es de ballena, según el periódico japonés Asahi. La época posterior a la derrota en la Segunda Guerra Mundial, cuando en medio de la hambruna generalizada el país asiático encontró en la carne de este animal la subsistencia, ha quedado en el terreno simbólico, como señala el exministro de medio ambiente Manuel Rodríguez Becerra.
Ahora, ese pasado hace parte de la agenda del Partido Liberal Demócrata, al que pertenece el primer ministro Shinzo Abe. Mauricio Ceballos, vocero del área de Océanos de Greenpeace Andino, afirma que el restablecimiento de la caza de ballenas “hace parte de un programa político para exacerbar lo que consideran valores patrióticos y tradiciones”.
Incluso con su adhesión al CBI en 1951, Japón nunca dejó de ser el mayor cazador de ballenas del mundo. Bajo la justificación de la investigación científica, solo en la última temporada, capturaron 600 especímenes en la Antártida y el Pacífico.
“Después de matar a tantas ballenas, ¿qué más quieren encontrar dentro de ellas?”, señala Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo y exvocera de Colombia en la CBI. “Claramente es una fachada para vender carne para el consumo”. Su opinión coincide con la de la Corte Internacional de Justicia, que en 2014 condenó a Japón por la caza masiva de cetáceos argumentando razones académicas.
Sin embargo, este rechazo consensuado no parece haber amedrentado la fuerza de la tradición en los países balleneros, entre los que también están Noruega e Islandia. Por el contrario, para Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, estos podrían verse incentivados a seguir el camino nipón, “lo que marcaría el fin de la CBI”.
La disputa entre tradición y conservación persiste y encuentra en Japón su mejor contraste. Uno de los países que ha marcado el avance del mundo en las últimas décadas es a la vez un eslabón que mantiene vivo ese ideal de lucha imposible entre el hombre y la ballena, en una época en la que el ambientalismo propende por cuidar la naturaleza en lugar de enfrentarla