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En un gigante albergue se ha convertido la población de San Antonio del Táchira, en Venezuela, fronteriza con el departamento Norte de Santander. La sobrepoblación que se ha desplazado en los últimos meses a la zona deja ver la decadencia económica, social y moral de ese país.
Al caer la noche, y con ella el cierre del paso fronterizo por el puente internacional Simón Bolívar, quienes vienen de diferentes estados de Venezuela en plan de rebusque económico y pasan a Colombia a vender cualquier producto, retornan a suelo venezolano y se instalan en hamacas, colchonetas o láminas de cartón cubiertas con telas, y retomar con el sueño, fuerzas para continuar otro día.
Ninguna autoridad se ha pronunciado sobre la situación que el concejal de la localidad, Carlos Chacón, catalogó como la “peor crisis” que ha vivido la frontera, y alertó que si las proyecciones económicas del país se cumplen, se generará “una emergencia humanitaria”.
“Esto está causando serios problemas de salubridad, trae enfermedades, epidemias y todo lo que conlleva a la anarquía, porque aquí no hay ningún plan de contingencia, ni control”, denunció el edil.
Uno de los perfiles más conmovedores, captados durante el recorrido realizado por EL COLOMBIANO, en un kilómetro de extensión que abarca la avenida Venezuela, puerta de salida hacía Colombia, fue el de Inés Bermúdez, una joven venezolana de 24 años de edad, con seis meses de embarazo.
Era cerca de la media noche y no lograba conciliar el sueño. “Hoy me descompensé y me caí al suelo, me golpié la boca, un brazo y una pierna. Es que hacía mucho sol y no había tomado agua”, explicó.
Vende cigarros, con su pareja, en el corregimiento colombiano de La Parada. Cada día, al despuntar el sol, cruzan el puente internacional para iniciar la jornada que, aseguró, les da para comer.
Llegó hace un mes a la frontera y ya lleva tres sin asistir a control médico. Se muestra cansada, ojerosa, pálida y admite que no es fácil la vida que lleva para ganarse el sustento. Espera juntar un dinero para retornar a su casa en el estado Yaracuy, a más de 500 kilómetros, donde la esperan dos hijos de cinco y tres años que cuida la abuela.
Como Inés hay más de 300 venezolanos, según cifras del Concejo Municipal de Bolívar, que se han desplazado desde los estados del centro y occidente de Venezuela hasta la localidad de San Antonio en busca de trabajo y alimentos.
La capacidad hotelera de esa población (800 camas) se rebasó meses atrás por lo que cualquier lugar sirve de dormitorio de los que llegan.
Quienes viajan hasta la frontera buscan un ingreso económico que les permita sobrevivir y, si tienen suerte, ahorrar un capital para aventurarse fuera de Venezuela.
Rafael Morales es otro inquilino de las calles. Llegó hace tres meses a la zona junto a su esposa y dos hijos de tres y seis años. Fue contactado justo cuando se disponían a dormir sobre cartones y sabanas en la plaza Bolívar de San Antonio.
Trabajaba como albañil en Valencia, la segunda ciudad más poblada de Venezuela. La escasa oferta de empleo lo hizo moverse a la frontera. “Trabajo vendiendo aguacates en Cúcuta. Me ha ido bien. El único problema es que no encuentro nada para alquilar y nos toca dormir en la plaza”.
El dinero que reporta de ganancia diaria por la venta de los frutos es de $10.000. Dice que en Venezuela trabajaba pegando bloques durante una semana para ganar lo mismo.
Cada zona seleccionada para pernoctar en la avenida Venezuela de San Antonio ya tiene dueño y son intocables por quienes llegan cada día en busca de refugio.
En los andenes inferiores se instalan quienes vienen del centro occidente: Barquisimeto, Carora y el estado Yaracuy. En su mayoría se dedican a la venta de artesanías y son ellos los que cuelgan los chinchorros en plena vía pública para dormir.
En el área superior de la arteria vial se congregan quienes vienen de Valencia y Maracay, a pocos metros de las instalaciones del cementerio municipal, camposanto que ha sido tomado por algunos como residencia, allí se bañan, duermen y preparan comidas.
“La semana pasada una comisión de la Guardia Nacional llegó de sorpresa y consiguió, dentro del panteón, colchonetas, ventiladores, ropa y utensilios de cocina. Todo lo sacaron y lo tiraron a la calle, sin embargo cuando ya nadie vigila ellos vuelven y se meten”, narró el sepulturero Antonio, quien aseguró que en 45 años de servicio no había visto algo igual.