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LA VIDA ES BELLA

03 de mayo de 2015
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La vida en Venezuela se ha vuelto una colección de imposibles. Tu Everest puede ser un pasaporte o un kilo de café. Por la ciudad se ven los ojos de Chávez, por la radio se escuchan las consignas de la revolución. Ya no son mentiras, son la fantasía que ya no intentan vender, sino imponer. El mensaje está disfrazado de una alegría que nadie siente. No es para convencer, sino para maquillar. Es un mensaje cuyo subtexto es “no pienses”. Si el amor es ciego, el miedo se arrancó los ojos.

Tenemos miedo. Miedo en cantidades. Miedo a que te maten por un celular, miedo a que te metan preso por un tweet, miedo al aislamiento, a la pobreza, a la violencia, al fracaso colectivo, miedo a no tener cómo salir del país, miedo a nunca volver, miedo al futuro, ¿qué futuro? Ya el futuro es un género tan distante como las civilizaciones de la antigüedad. Aislados, solos, a veces sentimos que lo que soñamos lo vamos a construir en un texto que vamos a entregar a otro ser en un universo paralelo, para que viva lo que nosotros no pudimos vivir. Nos invade la nostalgia y recordamos el pasado como si fuera un espejismo o una fantasía, ¿qué fuimos? Pero sobre todo ¿quiénes fuimos?

Se aprende a reconocer a la gente que ha perdido la esperanza por el color de la mirada, la posición de los hombros y la construcción de las frases. Es la sumisión total ante el destino. Sus pasos ya no salen de sí mismos, sino de una fuerza externa que arrastra. La apatía en su peor expresión. Como si Dios se hubiese marchitado, y como si vivir fuese un trámite más, parte de una burocracia evolutiva que exige una cantidad de requisitos incomprensibles.

De pronto el destino hace algo y en una mañana aprendes lo que es la solidaridad. Mientras intentas apagar el mundo y fingir que estás sordo un cuento de hadas te vuelve a llenar de magia. Una magia que no sabes de dónde viene. Es un canto de libertad que sale de adentro. Hay un mundo en ti que todavía está intacto, y en la risa de tus hijos, en la falta que te hace ese amigo que se fue, en las notas de una guitarra, en un grito desesperado en el que te acompaña nada más y nada menos que Led Zepellin descubres que aún no has muerto. Que algo dentro de ti está intacto.

La cuerda floja en que ibas viajando se tensa, y sabes que si pisas firme no vas a caer. El truco es no mirar al suelo y no mirar atrás. Alguien sale de su castillo de miedo y te devuelve una sonrisa que más que un acto de complicidad es una forma de aferrarnos unos a otros, como si fuésemos una cadena de botes salvavidas. Amanece y sientes el contacto con el mundo, el frío de la mañana te hace estremecer, ves la foto de la tienda de un amigo que está por abrir y su entusiasmo te invade, el vecino intentando consolar el llanto de sus hijos recién nacidos te recuerda que la naturaleza no se ha vencido aún, un concierto de piano en la lejanía es una prueba de que la melancolía ayuda a recuperar el sentido de pertenencia, recuerdas la V de Beethoven, el triunfo de la esperanza sobre la adversidad, la curiosidad insaciable de los niños te hace redescubrir el mundo, hay cosas que google no sabe y que Wikipedia no puede explicar, haces los primeros veinticinco metros de un entrenamiento de natación y agarrando agua con los dedos, al volver a la superficie, bajo la primera estrella te das cuentas que tienes algo que habías dejado de valorar sin darte cuenta, y dices, sigo viva. La vida no es siempre justa, ni es mucho menos lo que queremos, y al comprender nuestra sencillez y nuestro propósito dentro de su grandeza aprendemos la libertad. Y es en ese momento que logras entender que la vida es bella.

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