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“Debemos cultivar nuestro jardín” - Voltaire
Colombia es una país agrícola, sus mayores productos de exportación se encuentran en este rubro y sus características geográficas hacen que tenga ecosistemas privilegiados y una gran biodiversidad, sin embargo, hasta el momento, la prioridad gubernamental había sido el desarrollo de otros sectores económicos.
Luego de la firma de la paz, esto se replanteará con la Reforma Rural Integral, el primer punto del acuerdo con las Farc, donde las partes se comprometen a crear la estabilidad que permitirá teóricamente el fin real del conflicto, que empezó por la desigualdad en la distribución de la tierra y la falta de oportunidades en el campo.
Hoy, tanto Farc como del ejército están compuestos en su mayoría por campesinos, que no alcanzaron a sufrir la problemática que generó el conflicto hace más de medio siglo, pero que vieron en la guerra las oportunidades que el campo no les brindaba. Sin embargo, esta no es la única razón por la cual deberíamos volver nuestros ojos al campo, en la tierra también estaría la solución a preocupaciones globales, como el cambio climático o las epidemias modernas.
La agricultura es la fuente de lo que entendemos como civilización, pues su aparición en el Neolítico, al tiempo de la domesticación de animales, permitió el asentamiento del hombre y el desarrollo de las primeras ciudades. Sin embargo, el afán de progreso hizo que dejáramos de pensar en ella como seguridad alimentaria y pasáramos a entenderla como una forma más de ganar dinero, eso marcó el nacimiento de la agricultura extensiva, que puede ser la responsable del decaimiento de esa misma civilización que generó. Una tesis que desarrolla en detalle el periodista argentino Martín Caparrós en su libro El hambre (2014).
La problemática es clara y los estudios se han hecho, además, somos testigos cotidianos de lo que este sistema de explotación ha causado al planeta: nos enfrentamos al Apocalipsis. Los desastres naturales aparecen uno detrás de otro en las noticias, al mismo ritmo de los bombardeos y de los fracasos políticos de quienes intentan cambiar las cosas. La Tierra pareciera no aguantarnos más y estar en la confección de un plan que le permita deshacerse de nosotros, un plan al que como especie humana aportamos cientos de ideas todos los días. Cómo explicar que una especie que se precia de su civilización y cultura, no sea capaz de aplicar los correctivos necesarios para frenar su inminente extinción.
Muchas veces se nos sale de las manos y vemos el panorama tan gris que pensamos que nuestras acciones pueden ser insignificantes ante semejantes dificultades, sin embargo, esto puede que no sea así. El documental Mañana (2016) del realizador francés Cyril Dion y la actriz Mélanie Laurent, nace precisamente de esa inquietud: ¿qué podemos hacer para generar el cambio si ya se ha contado esta historia muchas veces sin conmover realmente al público? Su propuesta fue buscar alrededor del mundo pequeños proyectos de diferente índole que demostraran que vivir bajo otras lógicas es posible e inspiraran a otros a seguir su propia visión. Una de las apuestas más grandes del documental está en resignificar la relación que tenemos con la agricultura en los entornos urbanos y modificar su sistema productivo. Esa lluvia de ideas puede ser justo lo que necesita el panorama sociopolítico al que Colombia se enfrentará en adelante.
El cambio de mentalidad es una urgencia y los proyectos que se tejen en torno a él son una realidad, el problema es que se deben dar sobre estructuras de pensamiento que llevan años establecidas. Un primer ejemplo es la idea de que la ciudad tiene más oportunidades laborales que el campo, lo que cada vez es menos cierto.
La cosecha de café del segundo semestre, la más grande del año, demandaba en agosto de 2016 al menos 60.000 recolectores, según la Federación Nacional de Cafeteros, que tuvo que emprender una gran estrategia de comunicaciones para atraerlos publicitando la buena paga, alimentación y hospedaje. Al tiempo que los centros urbanos de las regiones cafeteras presentaban algunas de las cifras de desempleo más altas del país, según el Dane. Es el caso de Armenia, que para junio de 2016 tenía una tasa de desocupación del 14,6%, la tercera más alta en el promedio nacional.
Otro ejemplo, es la forma en que consumimos los alimentos. El menú de los colombianos no aprovecha en lo más mínimo la biodiversidad del país y tiende a menospreciar el sabor de las verduras, que son fundamentales para el funcionamiento adecuado del cuerpo humano. La OMS recomienda el consumo diario de mínimo cinco frutas y verduras (400 g) para prevenir enfermedades crónicas, como las cardiopatías, el cáncer, la diabetes o la obesidad; y para evitar la desnutrición. En Colombia, según estudios del Ministerio de Salud y Bienestar Familiar, publicados en 2015, el 35 % de las personas no consume frutas y el 70 % no consume hortalizas diariamente.
Los agricultores deben responder a una demanda limitada, que muchas veces los obliga a renunciar a cultivos más sostenibles y se encuentran en la posición más débil de la cadena productiva, es decir, que son quienes reciben el impacto económico más fuerte si hay algún problema con las ventas o con el clima.
Eso fue lo que descubrieron los fundadores de SiembraViva, una empresa antioqueña dedicada a buscar mejores condiciones de trabajo para los pequeños agricultores y darles una plataforma para vender sus productos con menos intermediarios, además, les brindan asesoría en tecnología y buenas prácticas, pues durante el estudio previo a la puesta en marcha de la compañía descubrieron que no solo era cuestión de modificar el sistema para conseguir mejores condiciones laborales, sino que había algo realmente mal en la forma en que estábamos entendiendo la agricultura.
Ana Sofía Salazar, líder comercial de SiembraViva nos compartió la experiencia del fundador, Diego Benítez, quien en una visita a uno de los potenciales productores en San Vicente, recibió el reproche del campesino al tratar de darle una de las fresas del cultivo a un niño, porque él tenía otro cultivo para su propia alimentación, donde era más cuidadoso en los procesos. “En ese momento hubo un clic, no tiene sentido que nuestros campesinos estén cultivando algo que ni ellos mismos se comen porque saben lo dañino que es” y que además suele terminar por inutilizar la tierra, analiza Salazar.
Ahora, no solamente debemos preocuparnos por consumir más frutas y verduras, sino por asegurar que las prácticas bajo las cuales fueron cultivadas no sean nocivas para la salud humana, además, de que estas sí sean las adecuadas para nuestras necesidades particulares. “No hemos aprendido a leer nuestro cuerpo y hoy hay mucha gente con problemas de salud porque le dijeron toda la vida que ese era la forma en la que debía alimentarse, y le cuesta mucho cambiar, apenas ahora estamos empezando a entender el cuerpo y a sentir”, comenta Juliana Vélez propietaria del restaurante de alimentación consciente Natto Mercado y Cocina.
En algún lugar del camino, perdimos el norte, nos olvidamos de la necesaria conexión con la tierra y con nuestro propio cuerpo por considerarlo algo demasiado místico para un mundo civilizado, ahora vemos las consecuencias. Los expertos dicen que todavía estamos a tiempo de hacer algo y nuestro país, en la nueva realidad sociopolítica a la que se enfrenta, ciertamente lo necesita.