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El hombre que de niño huía a las peleas, pues su madre lo castigaba con un rejo de vaca si se daba cuenta que formaba tropel por las polvorientas calles del barrio San Martín de Turbo, donde creció, es, a sus 34 años, el nuevo campeón mundial de los semipesados de la WBO (Organización Mundial de Boxeo) y la AIB (Asociación Internacional de Boxeo). Un hecho histórico para el pugilismo colombiano.
Su nombre es Eléider Álvarez Baytar, quien llegó al boxeo más por una petición de su mamá que por pasión propia.
“A él no le gustaba el deporte, se hacía el dormido o decía que le dolía la barriga con tal de no salir de la cama para ir a entrenar”, expresa Vilma, la hermana mayor de Eléider, quien este sábado, en el Hard Rock Hotel de Atlantic City, logró el mayor éxito de su carrera al vencer, por nocaut técnico, al ruso Sergey Kovalev, al que derribó tres veces en el séptimo de los 12 asaltos pactados.
Eléider, que nació en Puerto Girón, un corregimiento de Apartadó a orillas del río León y habitado por afrodescendientes, vivió sus primeros años de infancia al frente de esa comunidad en un campamento llamado Maderas del Darién, donde su padre laboraba. “Todo lo que le decíamos lo hacía. En casa ese muchacho siempre fue un servidor. La disciplina que le implantamos no lo dejó desviar del camino”, cuenta Jorge, quien al lado de su esposa Aida -empleda de servicio-, decidieron desplazarse, con Eléider y sus otras dos hermanas -Vilma y Deysi- a Turbo en busca de nuevas oportunidades.
“Allí empezó a mostrar amor por la música, tanto que él solito montó un grupo llamado Infancia Vallenata. Su anhelo era ser cantante, aunque como su voz no era la mejor, rápidamente despertó de ese sueño”, indica Vilma, quien suelta una carcajada.
Recuerda que su hermano era bastante recochudo en la escuela Ángel Milán, de religiosas. “Entre tres veces a la semana los profesores mandaban a llamar a mi mamá, es que no dejaba dar clases. Hasta que un día las monjitas se cansaron y hubo que sacarlo de la institución. Estaba en cuarto de primaria”.
De ahí fue recibido en el colegio Interamericano, de cristianos, pero ellos tampoco lograron controlar su hiperactividad. “En ese lugar llegó hasta grado séptimo. Era demasiado inquieto. Se quedó sin estudiar varios meses. Se levantaba tarde y ya ni paraba en la casa, ni comía por estar en la calle”, relata Vilma.
Ese motivo llevó a Aida a buscar al entrenador de boxeo Oswaldo Ricard, su vecino, para que convenciera al joven de que el deporte era una buena opción de vida.
Pero el desafío no fue fácil. El deportista ni iba a los entrenamientos. Solo cuando su madre falleció, a los 40 años de edad, comprendió que su insistencia tenía un valor. A partir de ahí fue otro.
“Álvarez le debe a su mamá lo que es, también a los profesores que lo guiaron, en especial a Ricard, quien le dio orden y responsabilidad”, asegura el técnico departamental de boxeo Abelardo Parra, quien rememora la primera vez que conoció al deportista.
Dice que el 17 de agosto de 2000, a las 6:45 de la mañana en el estadio de atletismo de Apartadó, citó a 22 boxeadores de la zona para hacerles unos test físicos y saber quiénes podrían hacer parte del Centro de Alto Rendimiento de Urabá, programa proyectado a formar campeones nacionales e internacionales.
“Ese día Eléider llegó a las 7:30 a.m. Estaba con una maleta, de jean y botas. Se me presentó, pero como ya había iniciado las pruebas, le dije que el horario de entrenamiento era a las 7:00 a.m. y que por favor se retirara. Al otro día fue el primero de la clase. En ese momento vi su disciplina, voluntad y deseo de salir adelante”.
Un año después, en Buenaventura, logró su primer título nacional juvenil. Triunfó en la división de los 63 kilogramos.
En el 2002 fue convocado a la Selección Colombia, con la que participó en el Mundial en La Habana, Cuba -fue octavo-. En 2008, tras ser campeón panamericano en Estados Unidos, así como en los Nacionales en el Valle del Cauca, dejó de ser boxeador aficionado para incursionar en el profesionalismo.
En su afán de pulir su talento, fortalecer el carácter y mejorar la técnica, decidió, hace 10 años, alejarse de sus seres queridos, de amigos y costumbres, y radicarse en Quebec, Canadá, y así poder escalar alto.
“No es fácil, de la noche a la mañana, adaptarse a una cultura tan distinta a la nuestra. Me quedo corta para describirlo. Es un luchador, una persona sencilla, humilde, que se esmera por lo que quiere. Es un ejemplo a seguir”, manifiesta Deysi, a quien aún cela cuando algún romeo se acerca a asediarla. “Es que siempre está pendiente de nosotros, eso es lo lindo de él, que nunca se olvida de dónde salió”.
El campeón señala que si empieza a mencionar a la gente que le ayudó, no termina. Está feliz de entregarle esta alegría a Colombia y Canadá, país que lo adoptó. “Soy un hombre con hambre. Hace años esperaba esta oportunidad, estoy preparado para grandes cosas”, advierte el púgil que seguirá luchando para mejorar sus golpes, pues a estas peleas que dan gloria no les huye.