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NI BLANCO NI NEGRO

30 de mayo de 2015
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La sociedad colombiana ha estado convulsionada por los múltiples hechos ocurridos en los últimos treinta días, relacionados con las conversaciones para finalizar el conflicto armado. La escalada bélica iniciada con el asesinato de los soldados en el municipio de Buenos Aires, y con ello el rompimiento del cese unilateral del fuego, la cancelación de la orden de suspensión de los bombardeos a los campamentos guerrilleros, la muerte de 26 subversivos como consecuencia de un bombardeo de la Fuerza Pública en Guapi, la declaración sobre suspensión del cese unilateral del fuego, la muerte de los jefes guerrilleros “Jairo Martínez” y “Román Ruiz”, además de la declaración del movimiento guerrillero sobre su permanencia en la mesa de conversaciones, todo ello en su conjunto, constituyen suficiente motivo para la reflexión creativa.

Casi tres años en el proceso más estructurado, metódico y juicioso que se haya adelantado con ese movimiento guerrillero, no pueden echarse por la borda, por el simple hecho de darse cumplimiento a una precondición de las conversaciones: negociar en medio de las balas. Ello no es un absurdo, sino la mejor experiencia en decenas de procesos que en el mundo se han dado en la época moderna.

Lo positivo de la situación es que hoy nos estremece y causa justo repudio, lo que hace quince años mirábamos con indiferencia. Ese despertar indica que nuestro nivel de conciencia está creciendo y que estamos en el camino de la solución. Tal vez comenzamos a entender que la violencia que nos caracteriza y que a algunos les seduce, no es parte de nuestro ADN ni una condición inmodificable de nuestro destino, sino el fruto de perturbaciones inherentes al sistema, manifiesto en nuestro contrato social imperfecto.

No debemos ni podemos olvidar con quiénes se está conversando. Las Farc representan una diminuta minoría de la sociedad, con un rescoldo ideológico de doctrinas obsoletas, nacido y educado en un ambiente de violencia, desamor y frustración, carentes de oportunidades, motivados solo por el negocio ilegal del narcotráfico y sus asociados, y con un sentido paupérrimo de la vida.

Entonces, ¿por qué negociar? Porque es la mejor opción. Porque es necesario comprender que existen estadios posibles superiores al que estamos viviendo. Entender que podemos construir una relación gana-gana, donde la dignidad humana salga fortalecida. Aceptar que la confrontación no es una relación blanco-negro, sino el juego perverso entre intereses contrapuestos, que se pueden conjugar.

Ello no cubre la evidencia de las Farc como agente perturbador de nuestro ordenamiento social y que su accionar afecta negativamente nuestro sistema de vida. Apoyémonos en la teoría del caos, para aceptar que la perturbación de un sistema depende más de la forma como está organizado que de la fuente de perturbación, (Bernardo Toro), y comprendamos, entonces, la importancia de los diálogos, y la necesidad de modificaciones en la estructura de nuestro sistema.

Debemos persistir. El reto del momento es avanzar en la construcción de confianza y disminuir la confrontación retórica sobre supuestos. Para nadie ni para nada es conveniente que en una sociedad fragmentada, como la nuestra, veamos a los otros, como en la narrativa de Los cuatro Jinetes del Apocalipsis, “hijos del sofisma y nietos de la mentira, capaces de probar los mayores absurdos con las cabriolas mentales a que les tenía acostumbrados su acrobatismo intelectual”. ¿Ello a quién beneficia? Solo haría imposible el logro de los acuerdos e inviable la paz.

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