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Texto íntegro del editorial que, como Director invitado, escribió Nicanor Restrepo para la edición del 102 aniversario de El Colombiano, el 6 de febrero de 2013.
El esfuerzo para poner fin, mediante negociaciones políticas, al conflicto armado interno que en casi 50 años ha ocasionado cientos de miles de muertes, desplazamientos forzados, frustración de varias generaciones y un costo difícilmente medible en términos de desarrollo social y económico, requiere, como el fin en sí mismo, del apoyo colectivo para que no se frustre en las innumerables contingencias que aparecen en una negociación realizada en medio de acciones armadas.
La iniciativa del proceso ha recibido caudalosos soportes nacionales e internacionales y también, como es natural, críticas desde diferentes extremos políticos que coinciden en oponerse.
La actuación coherente, responsable, serena y discreta del Gobierno y sus representantes en las discusiones que se adelantan para cubrir una agenda corta pero compleja, refuerza la confianza para que los objetivos se alcancen.
Siendo el propósito central de las negociaciones terminar el conflicto interno, y habiéndose convenido que solamente habrá acuerdo cuando la totalidad de los puntos de la agenda se haya negociado, aparece el tiempo como elemento que transcurre en forma perturbadora, pero contra ello solamente caben confianza, fortaleza, persistencia y paciencia.
Independientemente del proceso que se realiza en La Habana, como lo ha reafirmado el gobierno, se están adelantando reformas comprometidas en su programa como las leyes de justicia y paz, de reparación de víctimas, restitución de tierras y el proyecto de ley de desarrollo rural, confirmando, además, que no se introducirán reformas al Estado por la presión de las armas.
Hasta el momento se han superado pruebas como la propuesta de la guerrilla de un cese bilateral al fuego sin eco en el gobierno ni en la opinión pública, que desconfían de ese expediente. La contundencia de las operaciones de la fuerza pública contra diferentes estructuras guerrilleras, los atentados y escaramuzas de varios frentes guerrilleros, algunos desbordamientos mediáticos y las demandas de la guerrilla como la posibilidad de una constituyente para refrendar los posibles acuerdos o la liberación de miembros de esas organizaciones detenidos en otro país, no hacen definitivamente parte ni de la agenda negociada ni de las posibilidades jurídicas y políticas.
Los afanes políticos de algunos sectores de la sociedad por la cercanía electoral del 2014 afectan la buena marcha del proceso de paz que se construye con dificultades, escepticismo y altibajos y a ello se suma el efecto de los inadmisibles atentados, secuestros, muertes, ataques a la población civil, fuerza pública e infraestructura energética, que forman parte del escenario en el cual se intenta el proceso de reconciliación nacional.
El Gobierno ha sido contundente en reforzar las acciones de seguridad con la voluntad inquebrantable de las fuerzas armadas y la policía, como parte esencial de sus responsabilidades constitucionales y políticas, y como prueba del compromiso con el orden, la libertad y los derechos humanos.
Esta oportunidad de poner fin al conflicto interno por medio de una negociación política, quizás la última en muchos años, hay que cuidarla y preservarla con especial persistencia para evitar ser condenados a soportar de nuevo cientos de miles de muertos y a sacrificar las oportunidades de crecimiento humano y económico
En el proceso aparece el tiempo como elemento perturbador, contra el cual solo caben confianza, fortaleza, persistencia y paciencia.
Los afanes políticos de algunos sectores de la sociedad por la cercanía electoral de 2014 afectan la buena marcha del proceso de paz.