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El juego de espías e infiltrados que terminó con la baja de “Gavilán”

Un informante desató un juego de espías en contra del segundo narco más buscado de Colombia. Al cabecilla lo traicionó su deseo de ver un partido de fútbol.

  • En el rancho de la derecha se instaló “Gavilán” para ver el partido de fútbol. Como se aprecia, en el lugar no había tierra firme, sino agua de la ciénaga. FOTO cortesía
    En el rancho de la derecha se instaló “Gavilán” para ver el partido de fútbol. Como se aprecia, en el lugar no había tierra firme, sino agua de la ciénaga. FOTO cortesía
  • Roberto Vargas (“Gavilán”) era un fanático de la Selección. FOTO cortesía
    Roberto Vargas (“Gavilán”) era un fanático de la Selección. FOTO cortesía
02 de septiembre de 2017
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Había que tenerle fe. El informante demostró que sabía de lo que hablaba, y así alias “Gavilán” hubiera escapado varias veces, el cerco era cada vez más estrecho. No había que perderle la fe.

Por eso cuando él avisó que el objetivo iba para Puerto Plata, un caserío inundado en la frontera de los municipios de Turbo y Riosucio, en Urabá se desató un juego de espías, infiltrados y tecnología silenciosa que terminó con la muerte del segundo narcotraficante más buscado del país.

Tres uniformados que participaron en el operativo le narraron a este diario, bajo secreto de identidad, cómo se gestó la caída de Roberto Vargas Gutiérrez, un delincuente que por tres décadas sobrevivió a cientos de batallas, pero no a su pasión por el fútbol.

Veinte días antes, “Gavilán” se había salvado de un asalto helicoportado en cercanías a la ciénaga de Tumaradó, un terreno de frondosa vegetación, con suelo pantanoso y traicionero. La poca gente que allí habita usa puentes de tabla improvisados, sostenidos por estacas, para no ser engullidos por el lecho de agua.

En esa oportunidad, el perseguido se fugó en una lancha. Sin embargo, no abandonó la zona, como tampoco lo hicieron seis comandos de civil que se quedaron en el área, posando de pescadores y campesinos, porque la información de Inteligencia indicaba que Vargas seguía cerca.

“Él proyectaba quedarse en la ciénaga, considerando los múltiples puntos de escape que tiene, hasta que alias ‘Inglaterra’ cumpliera la misión de controlar el Catatumbo, en Norte de Santander. Entonces se desplazaría a ese sitio para tener un corredor seguro hacia Venezuela”, dijo un oficial.

“Inglaterra” es Luis Orlando Padierna, uno de los principales cabecillas del “Clan del Golfo”, a quien el estado mayor de la banda -al que pertenecía “Gavilán”- le asignó la tarea de someter a “los Rastrojos” y a otros grupos rivales en una franja del Catatumbo, y crear allí una base segura para sus operaciones.

Su objetivo se frustró el pasado fin de semana, cuando la Fuerza Pública atacó sus huestes en el corregimiento de San Faustino, en Cúcuta. Murieron cinco secuaces y 11 fueron capturados. “Inglaterra” quedó herido en el combate y hasta ahora nadie sabe de su paradero.

Esa derrota frenó los planes de salida de “Gavilán”, obligándolo a permanecer en Urabá, donde además ordenó a sus “cabañeros” que le prepararan un escondite para ver esta semana el partido de la selección Colombia contra Venezuela.

El martes 29 de agosto el informante, a quien los agentes nunca le perdieron la fe, se volvió a comunicar. Señaló que Vargas estaría en Puerto Plata, un caserío vecino a la ciénaga.

Fin del juego

En la sala de crisis de la Operación Agamenón II, ubicada en la base antinarcóticos de Necoclí, Antioquia, todo el mundo estaba ansioso. Esta era la incursión número 13 contra “Gavilán” en los últimos cinco años, y nadie tenía tripas para fallar de nuevo.

Desde allá monitorearon paso a paso el cerco, mientras en el terreno, por canoa, los seis policías infiltrados empezaron a buscar la guarida.

Por aire se usó un dron de reconocimiento que la DEA suministró para apoyar la lucha contra la facción que más cocaína exporta hacia EE. UU. En contra de “Gavilán” y los otros cuatro miembros del estado mayor, las cortes del Distrito Este de Nueva York y del Distrito Sur de La Florida abrieron cargos por narcotráfico desde 2015.

El dron, encima de las nubes, fotografió dos ranchos de tabla en Puerto Plata, protegidos por altos ramales, junto a uno de los cincos brazos de agua del costado suroccidental de la ciénaga, y en ellos se concentró la vigilancia por tres días.

A las 2:00 p.m. del jueves 31 de agosto, los policías detectaron la llegada de dos pequeñas embarcaciones, con cinco hombres a bordo. Los escoltas ocuparon uno de los ranchos y en el otro ingresó “Gavilán”, a la espera del inicio del juego por las Eliminatorias al Mundial, que sería a las 4:00 p.m.

Con la confirmación de su presencia, comenzó la fase final de la ofensiva. Los agentes, quizá por esa fe inquebrantable, la bautizaron “Arlet”, que en hebreo significa “León de Dios” y cuya inicial coincide con el mes de su ejecución, agosto.

La Fuerza Aérea dispuso helicópteros Arpía artillados, mientras que el Ejército instaló un perímetro de seguridad a un par de kilómetros. Para el asalto al escondite fueron escogidos 30 comandos de la Policía y, por primera vez en esta persecución, de un grupo élite de la Armada, que solo rinde cuentas al Comando General de las Fuerzas Armadas.

Cuando el árbitro pitó el inicio del segundo tiempo, los efectivos hicieron la aproximación táctica, sin generar sospechas, hasta tener una visión directa de las dos viviendas.

Todos mantuvieron la distancia, hasta que a las 6:00 p.m. terminó el partido, con marcador 0-0. Con el grito de gol frustrado, “Gavilán” salió del recinto a las 6:15 p.m. y se paró en el muelle de tabla, con un fusil terciado al hombro, “como a coger vientecito”, indicó uno de los oficiales.

En ese segundo, desde la base de Necoclí se dio la orden. Ahora o nunca. “¡Quietos, Policía Nacional!”, gritaron los agentes infiltrados, y los escoltas reaccionaron abriendo fuego contra la maleza.

Los comandos de la Armada irrumpieron por el canal en un bote de alta velocidad y se sumaron a la balacera. Dos proyectiles alcanzaron al cabecilla, que se desplomó en el tablado, al tiempo que los guardaespaldas disparaban para proteger su escape por lancha. Y lograron huir, pero dejando atrás el cadáver de su jefe.

“Matapolicías”

“Gavilán” murió con una pistola FiveSeven en la pretina. Esta arma diseñada para perforar chalecos blindados, que solo portan los jefes de la banda en señal de jerarquía, fue un obsequio de un cartel mexicano, en cuyo país es llamada “la matapolicías”.

El mote le quedaba al dedo a “Gavilán”. La Policía y la Fiscalía lo señalaban de liderar el más reciente plan pistola contra la Fuerza Pública, que entre el pasado 28 de abril y el 29 de mayo dejó 10 policías asesinados y 37 heridos, en ataques perpetrados en nueve departamentos.

Uno de los comandos volteó el cuerpo, hasta dejarlo boca arriba, para constatar si aún tenía signos vitales. No respiraba.

Ahora sí estaban ante el fin de un hombre que, hasta los 48 años, combatió en las huestes de la guerrilla del Epl, de los paramilitares de las Auc y del narcotráfico del “Clan del Golfo”.

En la base de Necoclí hubo abrazos y manos estrechadas, y una llamada para el informante. La recompensa era de hasta $500 millones por información que ayudara a ubicar a Vargas. El general Jorge Nieto, director de la Policía, declaró que ese dinero será pagado.

Los agentes afirman que este agradecimiento será silencioso y, sobre el contacto, que “su identidad nunca, pero nunca, se sabrá”.

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