Dicen que la muerte convierte nuestra vida en destino. Ahora que ha muerto María Teresa Uribe ―casi al mismo tiempo que su esposo, Guillermo Hincapié― pienso que su destino fue como el de una Penélope de estos tiempos: deshacer cada mañana lo que hizo la víspera. Tejer y destejer lo tejido, luchando por desenredar las tramas de un velo: el que cubre nuestra memoria colectiva, tan marcada por la violencia.
En su caso, este velo cubrió su memoria desde niña. María Teresa nació en Pereira en 1940. Su abuelo Lisandro era un dirigente liberal que tumbó selvas, abrió potreros y montó haciendas ganaderas en Urabá. Cuando murió, su padre, el médico Eduardo Uribe, la llevó hasta Uramita, un caserío perdido en la manigua, atravesando a pie y en mula montañas,...