El mundo tiene fiebre, la calentura es la expresión inequívoca de un cuerpo enfermo y se viene manifestando con especial intensidad a través de protestas sociales que corren por América Latina y el mundo y han llegado hasta el paroxismo y la ira manifiestas en la repudiable destrucción de dos iglesias en Chile o de innumerables bienes públicos en nuestro país. Ese mundo enfermo pide ser oído, algunos como Rafael Piñera han sabido escuchar esa voz que sale de las calles y han entendido que no eran la mano dura y la represión las que iban a lograr nada más, en medio del caos Piñera acudió a la sensatez, pidió perdón a su país e impulsó unas medidas que buscan transformar la Constitución que construyó la dictadura, aquí en cambio muchos de nuestros líderes permanecen impávidos en sus falsos pedestales oteando el horizonte y desde su pretendida superioridad prefieren criminalizar y deslegitimizar la protesta como si ella fuese un atentado contra la armonía de la sociedad, olvidan e ignoran que los conflictos son señales de alerta de este cuerpo enfermo y que el pretender minimizar o estigmatizar la protesta no hará que las causas y los síntomas desaparezcan.
Nuestro continente se ha transformado profundamente en los últimos 20 años, en un país como Colombia más del 70 % de la población habita en las ciudades, esa población urbana ha crecido y en muchos sentidos se ha sofisticado, contrario al pasado hoy son especialmente esas grandes ciudades los lugares de las movilizaciones que expresan el malestar, nuestros países están compuestos por una mayoría de jóvenes y a pesar del retroceso que supondrá esta crisis, la expansión de la clase media es una realidad, esos jóvenes con niveles medios o altos de escolaridad, idealistas e informados son los protagonistas de las marchas que buscan una nueva ética de la política y el desarrollo y respuestas inmediatas sin que intervengan partidos o discusiones en los órganos legislativos, si antes la protesta paralizaba la actividad industrial hoy se marcha, al sindicato lo han reemplazado las redes sociales mucho más participativas y beligerantes, este nuevo entorno hace que el accionar y las demandas de los que marchan difieran de las de otros momentos históricos. La atención de todos y de los líderes debería estar puesta en la escucha atenta de la calle como síntoma y en la elaboración de propuestas que permitan el rediseño de una democracia con una verdadera participación ciudadana.
Como en el ring de boxeo nuestros líderes se enfrentan y desde cada esquina agitan sus barras bravas, algunos pretenden capitalizar el momento y aprovechan “la idea del conflicto como motor de la historia”; según su ideario nos dividimos en hombres libres y esclavos, derecha e izquierda, maestros y aprendices, burgueses y proletarios, en esta nueva América Latina hastiada de las mismas voces, los mismos guetos y ante la imposibilidad de la movilidad social esta visión gana adeptos. La calentura no es ni atentado contra la armonía de la sociedad, ni motor de la historia, más bien debería servirnos para entender y diagnosticar la enfermedad, concientizarnos de nuestra crisis y construir los acuerdos que nos permitan avanzar.