La escena ocurrió hace un tiempo en uno de los municipios del Área Metropolitana, pero pudo haber sucedido en un pueblo cercano o barrio de Medellín. Es sábado de noche, afuera hay una fila larga de gente que espera entrar a una fiesta con un DJ de música electrónica que llegó de otro país. Mientras la mayoría de personas que entra recibe un brazalete fluorescente que certifica el pago y la aceptación a la fiesta, algunos permanecen en un costado. En una esquina hay tres personas que no pudieron entrar porque no cumplen con el código de vestuario: dos tienen tenis blancos y un tercero lleva un sombrero que se niega a retirar por razones emocionales que no convencen a los hombres de seguridad.
Adentro la gente brinca, se ven algunos ebrios, circulan drogas variadas en bebidas o paqueticos que pasan de mano en mano. Un par de horas después, muchos de los automóviles que estaban estacionados afuera no se ven porque aquellas personas que horas atrás bailaban con un trago en la mano se fueron conduciendo. En el sitio no hubo personal médico o una ambulancia que pudiera trasladar a alguien a un hospital en caso de emergencia. Adentro el espacio fue mínimo para moverse con libertad y en ningún lado hubo señales visibles que anunciaran la ruta de evacuación. Tampoco se vio un extinguidor de incendios a la mano.
Cada vez que veo un elemento de los anteriores en un lugar público o escucho sobre una de esas fiestas masivas en las que no hubo muchos controles, recuerdo aquella historia impactante ocurrida en la discoteca Cromagnon de Buenos Aires en la que perdieron la vida 194 personas y resultaron heridas más de 700 la noche del 30 de diciembre del 2004. La tragedia sucedió en ese establecimiento del barrio Once con capacidad para 4000 personas y al que ingresaron 6000. Al ser alcanzadas las cortinas por una llama, comenzó un incendio que provocó caos y muerte cuando muchos intentaron salir por las puertas de emergencia que estaban cerradas. El año pasado, 238 personas murieron en una discoteca localizada en Santa María, al sur de Brasil, al producirse otro incendio fatal en condiciones similares. La misma historia se ha producido en algunos países vecinos y en menor medida en algunos municipios de Colombia. En todos esos sitios hubo varios elementos en común: el número de asistentes superó la capacidad del lugar, las salidas de emergencias no funcionaron y no hubo la logística y protocolos requeridos para atender un imprevisto.
Ahora que Medellín crece en población y se promueve junto a municipios vecinos como destino turístico, es vital que la rumba en todos los establecimientos sea segura y no afecte a vecinos o involucrados. El bienestar de los asistentes no puede ser dejado al azar o en manos del dios de cada uno. Los eventos organizados deben cumplir con las leyes y requisitos necesarios para garantizar la vida de todos. Cada vez deben quedar más atrás aquellos tiempos irresponsables en que lo único importante era que hubiera diversión y “aguardiente pa’l chofer”, como dice una vieja canción popular.