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7 y 9
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Empiezo con unas preguntas que en los últimos días me han atormentado: ¿A qué horas algunas personas dejaron de quererse a sí mismas? ¿Qué pasó con el amor propio? ¿Entró en crisis? ¿Está escaso? ¿No se usa? ¿Es mañé? ¿Tiene saldo en rojo?
Hay quienes dicen amar a su pareja hasta la muerte, pero tienen que librar una batalla cuerpo a cuerpo consigo mismos, que casi siempre pierden, cuando están inmersos en situaciones que ponen en duda su valía.
Con mucha frecuencia somos testigos mudos e impotentes de relaciones turbulentas donde son constantes la humillación, la puesta en ridículo, el engaño, la burla, el desprecio y el maltrato en todas sus formas. Todos lo vemos, menos quien lo padece. O peor todavía: Lo ve y lo sufre, pero se hace el juanmanuel (a propósito de la relación gobierno-guerrilla, donde él también parece dar mucho más de lo que recibe de ella).
Sé que el amor propio no es exclusivo del sexo femenino, pero me conmueve ver incluso a mujeres muy interesantes, profesionales, bonitas, elegantes y adornadas por muchas otras gracias, que inesperadamente se arrastran, literal, por cualquier “lombriciento” que las vuelve cascajo. Pese a todos los escalones que han subido, a sus conquistas laborales, intelectuales y culturales, en pleno siglo XXI algunas siguen sometidas por los hombres, ya no por dependencia económica, como tal vez les pasó a nuestras abuelas, sino por dependencia emocional.
Aún paradas en arenas movedizas, con el lodo entrando por boca y nariz, les cuesta entender que es el momento de buscar una salida digna que les permita sanar las incontables lesiones, en cuerpo y alma, que les deja el desamor propio.
Las relaciones humanas, muchas veces, están llenas de grandes frustraciones, pero inexplicablemente quien las padece se resiste a emprender la retirada. Siempre confiando en la posibilidad de un cambio, en un milagro que les potencie la esperanza, viven como en una pista de carros chocones, recibiendo golpes de todos lados, y se quedan allí, como si hubiera cierto goce en ello y como si ante la ausencia de autorrespeto y autocuidado solo fuera válido estrellarse hasta quedar “en átomos volando”.
El resultado: un ser humano que, en adelante, no confiará fácilmente en los demás, será inseguro, frágil, triste y opaco como el negativo de una fotografía vieja.
En el ejercicio profesional, académico, deportivo o en cualquier espacio donde hay más de una persona, siempre existe el riesgo de terminar con la autoestima por el suelo, conformarse con recibir residuos o darlo todo a cambio de nada. Los umbrales del dolor y del aguante son particulares, pero no tener amor propio y quedarse en el lugar equivocado hasta perder la vergüenza es un atentado contra la armonía, el bienestar y, en ocasiones, contra la salud mental y física.
Cuando la dignidad ha sido mancillada el camino es empinado. Habrá que parar, encontrar una sombra, tomar aire, sacudirse del yugo y recuperar la alegría, la credibilidad y la confianza en sí mismo, para que las relaciones sean edificantes y no una penitencia que se paga gota a gota.
Ser autosuficientes y exitosos no basta. Hay que ser felices, defender nuestros valores y convicciones, tener confianza en nosotros mismos, perder el miedo a los otros, saber decir no más, ponernos un chaleco antimanipuladores, aprender a perder (que también hace parte de la vida) coger impulso y volver a empezar. ¡Uf!, suena agotador, pero no intentarlo es enfermizo, contraproducente y hasta peligroso.
