Sucedió cerca de Medellín. Entre senderos de árboles vigilantes y montañas inmarcesibles que muchos recorren los fines de semana cuando abandonan el caos urbano y buscan el aire puro de Oriente. Hace poco se conoció que en la vereda La Amapola de El Retiro, dos niñas de 8 y 12 años fueron violadas durante años por su padre y hermano. Una de las niñas dijo no haberlo confesado antes por miedo a las amenazas de muerte proferidas por sus parientes. La justicia condenó a los autores a tan solo 5 años de prisión.
Este caso no es el único en Antioquia y el Eje Cafetero. Las historias se repiten en estratos variados. Incluso recordamos con escalofrío a Luis Garavito, un hombre del Quindío que torturó y asesinó a más de cien niños. Posteriormente él narró los abusos sufridos en su niñez y los deseos de reafirmar su virilidad sometiendo a las víctimas. El tema del maltrato y abuso sexual a los niños adquirió más relevancia esta semana por un informe del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) publicado en este diario el jueves pasado. Según él, durante el 2014 esa institución recibió 44.165 denuncias de maltrato a menores. De esa cifra, el 19 por ciento corresponde a abuso sexual. De los menores que llegan al ICBF, el 7,4 por ciento son de Antioquia.
Al respecto, Óscar Santiago Uribe, antropólogo y director de Resiliencia de la Fundación Rockefeller dice que esto no es novedad y las cifras no reflejan totalmente la realidad porque muchos abusos no se denuncian. Cuenta que hace varios años y al regresar de Suráfrica, participó en proyectos de la Embajada de Italia para recuperar escuelas en Armenia. “Empecé a ver que en Antioquia y el Eje Cafetero existen patrones de crianza de abuso sexual y violencia. Para muchas mamás, su gran miedo es dejar las hijas al cuidado de un familiar hombre. Hay zonas rurales donde ante la dificultad de los varones para relacionarse con mujeres o el deseo de mostrar su fuerza y virilidad, abusan de las niñas cercanas. Estos patrones se repiten a veces en las ciudades cuando una familia llega del campo y ante la pobreza, sus integrantes viven en un cuarto donde no hay privacidad para la sexualidad o esta se vive como un mito”. Y agrega: “Nuestra sociedad debe cuestionarse: ¿Por qué maltratamos y abusamos de nuestros niños? ¿Cómo vamos a hacer una transformación cultural?”. Dice que “aunque se firme la paz, aún faltará enfrentar al monstruo que hay dentro de nosotros como sociedad: la violencia cuando nos relacionamos con otros”.
Muchos creen que estos relatos no los tocan a ellos o a sus hijos porque pasan en pueblos o en otros estratos y esta es una percepción equivocada porque las realidades de unos afectan al resto y el país lo construimos todos. Aunque una columna no basta para el tema, el mismo título de unos informes realizados por Yamit Palacio y emitidos por RCN Televisión el año anterior sobre los derechos vulnerados de los niños en varias regiones colombianas, sirve también y por ahora como conclusión para la situación en Antioquia: “Aquí es difícil ser niño”.