Las movilizaciones colectivas de ayer domingo en Bogotá, Medellín y demás ciudades colombianas para expresar un fuerte rechazo universal contra el terrorismo y vencer la indolencia, marcan un punto de partida en lo que ojalá sea, de ahora en adelante, una actitud firme, constante, sin miedo y sin claudicaciones ni atenuantes, de respeto a las diferencias, tolerancia ante los opuestos de todas las corrientes y uso de la racionalidad para debatir con argumentos y proscribir el lenguaje de odio, las agresiones sectarias y los ultrajes a los contradictores.
La Colombia que se ha unido para frenar el primitivismo, es, a pesar de los altibajos y contrastes diarios, comparable en manifestaciones como las de la mañana dominical con los países más civilizados, que han sido capaces de sublevarse contra las fuerzas tenebrosas que sólo sirven para amenazar, intimidar y matar mediante golpes de barbarie, crueldad y alevosía. Es un disparate sugerir siquiera que la invitación desde la institucionalidad a los desfiles de ayer pudiera tener una finalidad utilitaria o propagandística. La gente que salió ayer a la calle lo hizo en forma espontánea, por convicción y decisión libre y autónoma y sin motivaciones políticas, partidistas o de conveniencia.
Fue un ejemplo muy reconfortante, después de tantos días y meses de pugnacidades, de exagerada polarización y de radicalizaciones estériles, el que dieron los líderes de los movimientos y tendencias más diversos. En Bogotá desfilaron y hablaron con un mensaje de altura, ecuanimidad y tolerancia, que podría constituir testimonio excelente para dinamizar la activación de una etapa de entendimiento en torno a grandes propósitos nacionales, por encima de las diferencias obvias, necesarias y soportables que acreditan el carácter variopinto de una democracia todavía demasiado incompleta pero que va ganando terreno. ¿Será que entre todos superan con un gran pacto de honor la nostalgia de sus queridos viejos aborrecimientos?
Sí extraño la contumacia de los que, a pesar de que han tenido fama de ser inteligentes, ayer temprano porfiaban en descalificar las marchas con el sofisma de que eran organizadas dizque para defender la guerra. Sus mensajes en las malgastadas redes sociales parecían cargas verbales de profundidad para sabotear las movilizaciones y desanimar a los ciudadanos que se alistaban para manifestarse en las calles. Que no sigan engañándose. En ninguna nación que nos aventaje en estrategias contra el terrorismo se ha tenido la candidez de aceptar la fórmula de ponerlo en su sitio mediante la transacción obsequiosa. La ingenuidad y la estulticia irrespetan la voluntad general y malogran la empresa colectiva de rehacer el respeto al orden jurídico, el rescate de valores esenciales de toda sociedad organizada, la real defensa de los verdaderos intereses vitales de una nación y la reconstrucción de la sensatez.