Crecer en un país bolivariano es crecer con Simón Bolívar. Todos tenemos una relación especial con él. Incluso si es de indiferencia, dada quizás por el hastío de pasar años de escolaridad repitiendo de memoria los hitos de una biografía que termina siendo también la nuestra. El nacimiento en Caracas, la muerte de María Teresa del Toro, el Monte Sacro, Angostura, Carabobo, Ayacucho, Jamaica, Santa Marta. Una vida que estudiándola de pequeña se me hacía eterna, como irónicamente ha sido, aunque la eternidad de Bolívar parece ser un castigo - y el nuestro- por el crimen de habernos independizado antes de tiempo y sin pensar demasiado sobre qué haría el día después. Eso es lo que estoy empezando a descubrir.
Después de que sales del colegio, a menos...