Los acontecimientos recientes, en el ámbito regional y nacional, permiten percibir claramente el estilo gerencial del actual gobierno y los cambios respecto al anterior. Muchos medios de opinión se quejaban de que aún el presidente no mostraba su estilo y sus objetivos. Los hechos de las últimas semanas despejan esa inquietud, pero dejan muchas dudas sobre la conveniencia de sus decisiones. Los absurdos procederes del Eln, la crítica situación en Venezuela y la política de Estados Unidos hacia el gobierno de Maduro, crean un ambiente volátil y altamente riesgoso, frente al cual el gobierno está tomando decisiones que ameritan discusión y análisis.
Hace poco más de veinte años la comunidad internacional nos veía cercanos a la condición de Estado fallido. La situación fue dando un giro positivo y el mundo hoy reconoce el gran esfuerzo de la nación para doblegar la voluntad de lucha armada de la subversión, mitigar la acción de estructuras mafiosas y caminar hacia escenarios de paz. Desafortunadamente parece que la diplomacia efectiva está dando paso a un nuevo ambiente de confrontación, que crea miedo, desgaste sicológico y costos económicos. En este escenario, la posición oficial de nuestro gobierno frente al presidente de Venezuela pareciera ser el leitmotiv de nuestra política exterior. Ello puede resultar un juego incierto y peligroso, donde podremos ser los mayores perdedores.
El inaceptable, aleve, absurdo e irracional atentado del Eln en la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional, disparó trágicas y tal vez impensables consecuencias. A muchos les fue útil para proclamar que la paz negociada es una quimera y que debe ser descartada por tener cero posibilidades. Al gobierno le sirvió para acercar a los pregoneros de la mano dura y el imperio de la fuerza, y a los más guerreristas del Eln les permitió meter en el congelador por varios años las perspectivas de paz. Si agregamos el incomprensible desconocimiento de los protocolos firmados entre las partes y los garantes en Cuba, previos a la iniciación de las negociaciones, llegamos a la perspectiva de deterioro de la imagen del país ante la comunidad internacional, mayor lastre a cualquier posibilidad futura de acuerdos de paz y afectaciones a la inversión extranjera. A los anteriores factores es necesario agregar el desarrollo de la posición del gobierno de Estados Unidos frente a la situación de Venezuela, su declaración de que “todas las opciones están sobre la mesa”, y la anotación del asesor de seguridad John Bolton sobre 5.000 soldados americanos para Colombia, situaciones todas que merecen un análisis de contexto.
En temas de tanta importancia, es obligante pensar en las Fuerzas Militares y su rol en tales circunstancias, en las que se presentan dos frentes que demandan atención simultánea; uno interno y otro externo. Cuando se pensaba que los acuerdos con las Farc permitirían focalizar el esfuerzo y ser más contundentes con el Eln, los nuevos acontecimientos obligan a pensar en escenarios diferentes. La atención prioritaria en las fronteras demandará modificación de dispositivos, entrenamiento de personal y alistamiento en los sistemas de armas, que hacen más complejo el planeamiento, incrementa el esfuerzo, debilita la efectividad en las acciones bélicas en curso y aumenta las demandas presupuestales. Si sumamos todos estos factores, podemos concluir que el cambio de rumbo en las políticas de seguridad es evidente pero riesgoso. Ello hace de alta importancia y conveniencia la asesoría del mando militar, acostumbrado al planeamiento estratégico que antepone los intereses de la nación a las conveniencias políticas de coyuntura.
*Miembro de La Paz Querida