Casi cierta humildad, a media voz para no despertar envidias, que es un pecado inútil como los bolsillos de las piyamas, informo que pertenezco al exclusivo club de los que vieron trepar a Ramón Hoyos, quien este año se volvió silencio.
Si la felicidad se pudiera medir en metros, diría que éramos felices 500 metros, los que teníamos para ver a Hoyos desde que aparecía en una curva, al pasar frente a nosotros y luego al trastornar en un altico.
Como exagerar trae buena suerte, diría que por lo menos en una de esas trepadas Hoyos me miró. Agregaría que me consoló porque me notó achilado, pues en esa etapa de la vuelta a Colombia pasó rezagado.
Estaba hecho un Niágara de lágrimas porque en la Quiebra del Churimo, Santa Bárbara, donde lo vi trepar...