Este país no tiene tregua. Pasa del sobresalto a la encrucijada, del galimatías al desespero. Lo acribillan desde los micrófonos, le ponen barricadas en las calles. Vociferan los juristas defensores de lo indefendible, claman los acusados jabonosos, hablan los presos elásticos, susurran los buenos muchachos de cara cortada.
“Entre tantos mafiosos, abogados de mafiosos, testigos de mafiosos, ya perdí el hilo del caso”, escribe una tuitera en quince palabras que compendian el desenfreno de la adrenalina colectiva.
Los alaridos pujan por incrustarse en medio del buen talante que tanto le ha costado preservar a la mayoría de la población asediada. Es preciso desconectarse, para desayunar o almorzar sin que el estómago siente su protesta. Convendría...