Smiby, Paro y Toco son tres robots terapéuticos creados en Japón con el fin de acompañar y dar sentido a una población de unos treinta y tres millones de personas de más de 65 años, que se hace cada vez más longeva; cuando la vida se hace sombra, la luz produce claroscuros.
Smiby, el último modelo en ser desarrollado, se diseñó como si fuese un bebé, tiene forma pero hace poco, esa incapacidad obliga al propietario a asistirlo constantemente. Smiby reacciona positivamente al ser acunado, sonríe y se sonroja cuando está feliz, por el contrario si se deja demasiado tiempo solo, llora.
Su creador, Masayoshi Kanoh, profesor de la Universidad de Nagoya, asegura que “aquellos que lo han probado experimentan una ‘sensación de cariño’... su expresión y forma, además de su voz, ‘los relaja’”.
Entre tanto, la muñeca símbolo de Occidente agoniza, el año pasado las ganancias netas de Mattel descendieron 60 % por el mal desempeño en ventas de la icónica/plástica Barbie y porque las niñas prefieren hoy las tabletas y otros personajes. En nuestro país y según conversaciones informales con algunos cirujanos plásticos, la tendencia a deshacerse de implantes parece empezar a tomar forma, algunas mujeres desean regresar a una belleza más natural y desprovista de artilugios, por fin las “chicas plásticas” locales asumen un rol más real, una vida en claroscuro.
En una sociedad que desprecia y esconde los viejos y las arrugas, resulta simbólico lo que sucede en Japón, USA y aquí. Tenemos mucho que aprender de Oriente, ya nos lo dijo en su bellísimo ensayo “El elogio de la sombra” el japonés Junichiro Tanizaki; mientras para nosotros el principal aliado de la belleza es la luz, para los orientales es la sombra.
Según Tanizaki. “Los Occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera. Nosotros también utilizamos hervidores, copas, frascos de plata, pero no se nos ocurre pulirlos como hacen ellos. Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se ennegrece del todo”.
Continúa Tanizaki: “no es que tengamos ninguna prevención a priori contra todo lo que reluce, pero siempre hemos preferido los reflejos profundos, algo velados, al brillo superficial y gélido... (preferimos) ese brillo ligeramente alterado que evoca irresistiblemente los efectos del tiempo”.
Concluye el editor: “lo bello no es una sustancia en sí, sino un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra... la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra”.
Este ensayo fue escrito en 1933.