Auschwitz fue liberada hace 70 años, el 27 de enero de 1945, y la noticia de su existencia fue un choque emocional para el mundo entero. El lugar de exterminio más grande y reconocido de Alemania, con su centro principal de matanzas en uno de sus campamentos principales, Auschwitz-Birkenau entró en funcionamiento en 1942. Allí los alemanes asesinaron a aproximadamente 1.1 millones de personas, un millón de ellas eran judías.
Su mención provoca nociones de maldad y horror. Auschwitz era una fábrica de muerte, un oxímoron que no tendría sentido antes del Holocausto pero que ahora se comprende sin mayor esfuerzo. Pero Auschwitz también es incomprendido, y ese mal entendimiento distorsiona lo que pensamos del Holocausto y de los mismos nazis.
Recuentos históricos y populares del Holocausto tienden a enfatizar su eficiencia brutal y burocrática, con Auschwitz como su pináculo tecnológico, cuya industrial magnitud no era solo emblemática sino también necesaria para su éxito. Pero a pesar de lo existencialmente molesto que fue y sigue siendo Auschwitz, y lo mortalmente ominoso que sería si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial, técnicamente no era necesario para el propósito del Holocausto.
Si los nazis no hubieran creado las instalaciones de gases venenosos en Auschwitz, Treblinka, Sobibor, entre otros, aún habrían asesinado a aproximadamente el mismo número de judíos y no judíos. Más o menos la mitad de los seis millones de judíos a quienes los alemanes y sus colaboradores europeos masacraron, y prácticamente todos los millones de no-judíos a quienes asesinaron, lo hicieron por medio de métodos no-industriales, principalmente con armas de fuego o matándolos de hambre.
La frase cliché ‘asesinato sistemático’ contradice el hecho de que recoger a los judíos y enviarlos, a veces cientos de millas de distancia, a una fábrica de muerte era mucho menos eficaz que simplemente matarlos en el lugar donde los alemanes los encontraron. El liderazgo nazi creó las fábricas de muerte no por razones de expedición, sino para distanciar a los asesinos de sus víctimas.
Auschwitz era mucho más que las cámaras de gas y crematorios; visto como un todo, era un microcosmos, no tanto de los mecanismos específicos del Holocausto, sino de la visión ideológica de los nazis ante un mundo que debía ser gobernado por una raza superior, recostada sobre las tumbas del pueblo judío y decenas de millones de víctimas adicionales a quienes los alemanes consideraron demográficamente desechables, y atendido por una enorme población de esclavos. Revela que durante el Holocausto, la aniquilación masiva, como siempre lo es el genocidio, era parte de una agenda eliminacionista más grande y que, en su centro, había un mecanismo para la transformación política y social.
No obstante este aspecto en común, Auschwitz aún tenía su cualidad singular: expresó la visión sin igual de los nazis que negaba una humanidad común en todas partes, y el intento global por eliminar o dominar a quienes no eran miembros de la ‘raza superior’. Heinrich Himmler, el jefe del SS y el hombre principalmente responsable por desarrollar los planes alemanes, orgullosamente anunció en un discurso en 1943: “El que las naciones vivan en la prosperidad o se mueran de hambre me interesa solo en tanto que las necesitemos como esclavas para nuestra cultura”.
Esta era la mutación mental y moral de los nazis, la más profunda en la historia europea, sobre la cual se construyó Auschwitz y la cual este simboliza más que cualquier otro lugar. Cuando los líderes europeos se reúnan en Auschwitz para el decimoséptimo aniversario deben acordarse de y lamentar la muerte de las víctimas judías y demás. También deben darse cuenta de que están mirando de frente al abismo que habría consumido a su continente y al mundo entero.