Lástima que a esta, como a todas las nostalgias, haya que torcerle el pescuezo, como quien mata un cisne. Es el destino del ser humano: guillotinar sueños y añoranzas como única forma posible de fidelidad al presente. Porque vivimos acosados por los recuerdos, perseguidos por ellos. O mejor, para ser sinceros, somos nosotros los que nos hemos convertido en eternos olfateadores a la husma de nostalgias, escarbando como perros en el tiempo para descubrir las presas enterradas.
Es curiosa la tendencia del hombre a mirar hacia atrás. Que se hace más clara y palpable en estos días de Navidad. Con olor a musgo de los pesebres, a villancicos y a luces de colores; con enternecedoras apologías de la tradición y del pasado y hundidos en el lodo de las...