De niño me impresionaban los caballos viejos. Se morían de tristeza en el campo, rodeados por un halo de grandeza desleída, con sus apagados vigores y sus fuerzas garañonas ya desvanecidas, reviviendo tal vez en su testuz recuerdos de amor brutal y potente, sus bríos apagados.
Esos caballos viejos eran como sombras familiares. Nos dolía verlos deambular solitarios por los alrededores de la vieja casona de los abuelos, buscando y casi suplicando cercanías y caricias. Unidos en una extraña ternura avergonzada esperábamos a que de puro viejos se murieran para no tener que llamar al veterinario (era infame hablar de matarlos) y así no tener que seguir viéndolos desmoronarse sin remedio.
El vocablo latino “vetus”, que significa viejo, de donde viene...