En la mañana los puestos de votación estaban semidesérticos. Las emisoras clamaban que a la capitalina Corferias, el mayor de ellos en el país, no se asomaba ni rastro de la gente que en otras elecciones acudía a esas horas. Antes del mediodía la Registraduría informó que la votación nacional sumaba dos millones y pico.
Los entusiastas de siempre se asomaban a las ventanas altas con almas afligidas. A ese ritmo, los electores alcanzarían apenas a cinco o seis millones. La realidad era otra: el nuevo país no madruga.
Los medios de comunicación también estaban perezosos. Se imaginaron que estos sufragios irían a remedar la lánguida consulta liberal en la que De la Calle ganó para perder. No destacaron a los ases del micrófono, molieron la información...