Los toros que finalmente no fueron aligerados de sus apéndices están felices con el fin de la temporada.
Esta coyuntura invita a recordar el día que en Montebello, mi pueblo, “eran las cinco en punto de la tarde”. No toreaba Ignacio Sánchez Mejías, inmortalizado por García Lorca, sino un tal Rafaelillo de Triana.
Hasta cuando apareció el personaje, en el Montebello de los años cuarenta, el novillo se servía en bisté, sancocho, carne en polvo, morrillo, sobrebarriga.
Tan pronto llegó pisando y hablando duro con falso sonsonete español, el forastero alborotó la ingenua cotidianidad de la parroquia hablando de hacer una corrida.
¿Que no hay plaza de toros? Tranquilidad en los tendidos. Había abundante guadua en El Caunzal, de propiedad de don Perucho...